X-20

El 6 de noviembre de 1970 subí al John Hancock Center en Chicago. Este edificio comercial y residencial era entonces el más alto del mundo: 443 metros. Cada una de las cuatro caras del edificio tiene, por cinco veces, una enorme letra de acero: la X.                                                    

A Arturo F. Jasso

Que yo he muerto, lo sé. Ahora que he muerto,
me incorporo a la fila, y a la puerta
del edificio llego. ¿Soy yo mismo?
Me injurio, me pellizco, me respondo
con un grito. Yo soy aquella forma
que llamaban Manuel Mantero y tuvo
ojos cansados de mirar en vano,
pies que pisaron ocre piel de toro.
Patria me dieron, rara, emocionante,
que en la abstinencia y el estoque vibra
bajo el ardid del sol. Yo usé felices
palabras que sonaban como lluvia
sobre idiotas cenizas de guitarra.
Del amor supe algunas cosas, nunca
por qué lo merecí; supe del tiempo
desvencijando lo que yo erigía:
el tiempo fue mi ira. Ahora que he muerto,
llego al cristal de la gran puerta, digo
mi nombre, irrumpo en el bullicio. Alguien,
de lejos, me sonríe, se aproxima,
me da la mano. Es el Amigo.* Luego
saca una piedra imán de su bolsillo,
un cuerno de ámbar, una aristoloquia.
Le dejo en el vestíbulo y comienzo
(ascensores rehúyo) la subida.
Me observo en un espejo gigantesco:
sin canas, grácil, joven; siento cómo
la sangre anuncia y la existencia existe.
Cruzo por cada piso sin fatiga,
seguro de mi médula. Mis hijos
son tres, dos, uno, tiembla entre mis manos
a poco de nacer, desaparece.
¿Esto es la muerte, desandar lo andado,
retroceder hacia el origen? Ahora
he llegado a una iglesia. Oh bodas mías.
Viaje al país de los naranjos, éxtasis
del cuerpo propendiendo a una figura
total de esposa (cuarto piso), perlas,
maletas, ramos de azahar y bancos.
Faldas de albur, sonrisas desnudadas
de putas, money cash, oh sí, soltero
estoy: calle Bailén, Cintia, Carmela,
Juana, Isabel, Rocío, sevillanas
que me imbuyen sus pechos, sus ficciones,
y cumplen su destino de ser sexos.
Piso 13: oficinas, oleaje
de oficinas. Me acosan cinturones
eléctricos sin término en el reino
masivo, me rodean, me extenúan
con invisibles cables de abyección.
En los espejos yo compruebo al sesgo
mi juventud de pálido adivino
sobre onerosos libros de estudiante:
mala memoria, mocedad del alma.
Sigo subiendo, no me canso nunca
de subir. Llego a una piscina (piso
42), estoy sudando, el agua
es una lengua delicada y dulce
por mis axilas codiciosas. Miro
a mi lado: Luis ¿eres tú?, con uvas
en la boca y Antonio, sí, nadando,
mariposa andaluza al sol de julio
en la alberca que copia el jaramago;
no entiendo lo que habláis, el inglés vuestro
al mío sobrepasa. Ved enfrente
por las paredes de cristal, Play Boy
Building, quién sorprendiera en sus posturas
fotografiadas a las lentas diosas
de la impudicia. Ved más lejos, Moody
Bible Institute, crisis de agresiones
nocturnas, el Amigo y sus mesnadas
resueltas en la sombra venenosa,
estas serpientes mudas que deslizan
una amenaza circular de polvo,
que acechan previamente lo indefenso
y exhuman pactos con lo fósil. Fuera,
fuera, dejadme, heces de mi agria
pubertad, frías, repelentes moles
que llenáis la piscina de inclemencia:
arquelonte empujándome los muslos
con la siniestra concha de tortuga,
brontosaurio comiendo umbrías verdes,
anélidos, artrópodos, arácnidos,
moluscos, placodermos…, marchad fuera.
Es de noche. Qué joven soy. Refulge
la ciudad, y remonto yo mi muerte.
Apartamentos, más apartamentos:
700. Recuerdo que mi casa
tenía una cancela y una fuente
en el patio, la veo, ya la veo,
entro en mi infancia resonando aldabas,
corro por atrios, salas, me tropiezo
con mis hermanos, llego ante mi madre
que cose en el balcón entre geranios,
mientras mi padre toca un vals de Schumann
en el piano. Cuánta gente miro
que me besa, me habla, y yo creía
para siempre borrada. Los relinchos
de los caballos me saludan. ¡Hola,
“Zaíno”; hola, “Pretty”…! Hermoso es esto
que veo desde el mirador del piso
92. ¿Floto en el aire? Apenas
tengo conciencia, sólo lloro. Inmenso
cielo nocturno, tan vecino: Andrómeda
encantando a Perseo que en la mano
la ardua cabeza de Medusa lleva,
Pegaso (nuevamente oigo relinchos
casi en sueños, nerviosas alas) busca
la Quimera maldita entre olivares
de estrellas, y tú, Auriga, que las Cabras
endiosadas azoras y que pisas
a Aldebarán…, pero no os veo, huisteis,
pasó el otoño y es verano, año
1930, estoy naciendo,
soy un embrión de légamo, no, un súbito
molde, un choque indiviso de ternura,
de antepasado a antepasado emigro,
ya no me siento, yerro, me diluyo,
brillo al lado del Águila, del Cisne,
del Sagitario, del León, existo
como un soplo de luz frágil y anónima.

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*Así llaman al demonio algunos curanderos y brujos en Méjico.