Una necesidad: las cartas al director

Los periódicos españoles, en general, son mejores que en Estados Unidos, y  son mejores porque ofrecen más información. Los periódicos norteamericanos se ocupan poco de lo que pasa fuera del país. El que quiera enterarse de lo que ocurre en el mundo, va listo, aunque ¿cuántos desean enterarse? En España siempre hubo curiosidad por lo de fuera. Curiosidad que ni siquiera desapareció durante la posguerra, cuando el Régimen impedía o mutilaba las noticias que no juzgaba convenientes para la salud política de los españoles. Salud política y salud religiosa, pues enseñar un muslo de dama era peor que asesinar a la propia madre. Pero la censura afinaba la astucia de los españoles, y uno se acababa enterando de cómo iba el mundo a través de la radio o las publicaciones  introducidas en secreto. Y los extranjeros que entraban ayudaban a los españoles a salir mentalmente del país.

Son excelentes los periódicos españoles y no sé el porqué del bajón de ventas de muchos de ellos. Tanto dinero no cuestan, la gente se gasta  más en una cerveza. Hace poco la OJD dio a conocer un informe sobre la difusión de nuestros periódicos, y no hay muchas razones para descorchar el champán. En Estados Unidos también se leen menos los periódicos, y han decidido conceder más espacio a lo que acaso parezca irrelevante,  las cartas enviadas al director.

Las cartas “al” director suelen ganar en interés a las cartas “del” director. En Estados Unidos lo han aprendido, y el resultado es una notable ampliación de la zona reservada a la opinión de los lectores. Bien sé que se publican cartas  que han sido “editadas”, es decir, retocadas, y que seleccionar las cartas publicables puede significar una declaración ideológica del periódico. De todos modos, los lectores usan de algo a veces ignorado por tantos y tantos redactores y articulistas, que si lo usan  se les nota escasamente: hablo de libertad y disentimiento. No me gustan las cartas celebrando lo magnífico que es el periódico.

Entre quienes mandan cartas al director los hay ignorantes y sabiondos, iconoclastas y arcaicos, viscerales y pacíficos, de gramática tartamuda y de estilo impecable, los que van a su aire y los que se agrupan con otras firmas, los que  pierden la virginidad de lo anónimo y los que acumulan cartas –débitos conyugales-como si el director fuera su mujer, dándose el caso de que algunos escriben la misma carta a unos cuantos directores  hasta crear una poligamia de resonancia monológica.

Leo esta mañana mi periódico americano. Tres páginas con cartas de los lectores, enviadas en su mayoría por e-mail. ¿De qué asuntos tratan? Varias cartas critican a  Bush, por mentir sobre las armas de Irak o por empezar ya mismo su campaña para las primarias del año que viene, en las cuales se gastarán cuatrocientos millones de dólares. Un lector se queja porque no le permiten llevar su perro a determinados parques. Otro ataca al bastante disminuido Alan Greenspan por haber culpado de la situación actual de la economía a la “incertidumbre geopolítica” existente en el tiempo anterior a la guerra de Irak. (¡Jolín con las palabrejas!). Una lectora ataca a Hillary Clinton sin especificar el cabreo, aunque supongo que le duelen los millones cobrados por las Memorias recién aparecidas. Otra lectora agradece que alguien le prestara un paraguas y llegar sin empaparse hasta su coche. Otro escribe descalificando al periódico por ultraconservador, otro por ultraliberal. Sorprende comprobar cuántas cartas se escriben con el tema de Dios, y sospecho la razón: nadie puede hablar de Dios sin pensar en sí mismo. Otra lectora protesta airada contra la libertad sexual; me la figuro como una mujer madura con un cutis de blancura preocupada.

Señores directores, señoras directoras de periódicos, atiendan más a los lectores, también pagan, y representan la espontánea y mútiple conciencia popular. “Espontánea”, he dicho. Quienes escriben esas cartas son como los espontáneos que se tiran al ruedo en las corridas de toros, espontáneos autorizados que a veces torean mejor que los matadores. Aumenten el número de espontáneos y el público lo agradecerá.

Diario de Sevilla, 22 junio 2003.