Poesía española de posguerra: entre la denuncia y la renuncia

El título, “Poesía española de posguerra: entre la denuncia y la renuncia», parece tener algo de truco con esa rima interna, denuncia y renuncia, no sé si para llamar la atención de manera involuntaria, son jugarretas del subconsciente, y así lo dejé. En cuanto a la otra parte del título, poesía española de posguerra, vayan dos observaciones: me refiero a poesía escrita en castellano. Aunque admiro la poesía escrita en otras lenguas peninsulares, la escrita en castellano es la que conozco mejor y en la que me criaron; lamento la mala educación que me dieron, y a muchos otros más, en aquellos años de la posguerra, cuando el catalán, el vasco o el gallego eran mirados por debajo del hombro (del hombre), incluso por algunos nacidos en aquellas regiones.

La otra observación es esta: sé que la posguerra debiera abarcar desde el fin de la guerra hasta la muerte de Franco, pero ahora me refiero a los poetas que se revelaron como tales durante la década inmediata a la guerra y que forman una promoción reconocible… y pasada por alto en tantas ocasiones. Es como si la poesía hubiera enlazado en calidad a los Lorca, Alberti, Aleixandre o M.Hernández con los del 50 a través de un puente invisible, ideal y mutilador. Una de las mayores equivocaciones de amplias zonas de nuestra crítica es ignorar en lo posible a esos poetas, a causa del escamoteo metonímico de identificar la dictadura de Franco y la literatura o la poesía que se hacía aquellos años. Sería como suprimir o minimizar a Fray Luis de León, San Juan, Cervantes, Calderón, Santa Teresa, Lope, Quevedo, Gracián, Góngora, etc. por haber vivido en las “dictaduras” –que lo fueron- de Felipe II, III y IV.

Había mucho que denunciar al acabar la guerra civil, aparte de la misma guerra. Durante ella, la libertad fue legalmente maniatada sin escrúpulos. El septiembre de 1936, se prohíben los partidos políticos, así como las actuaciones sindicales.  El 24 de diciembre (casi Navidad) se declara fuera de la ley la “producción, comercio y circulación de libros, periódicos, etc. pornográficos o de literatura socialista, comunista, libertaria y, en general, disolvente”. Resulta regocijante verificar cómo el gobierno de Franco igualaba la pornografía con el socialismo o el comunismo. Ya saben, lo mismo que los judíos en la Edad Media se comen a los niños cristianos, los socialistas y comunistas contemporáneos, todos, babean contemplando kilos de muchachas desnudas de papel.

En 1937 sigue la caza de brujas desnudas. En septiembre se decreta la censura de libros, folletos y grabados pornográficos y de literatura disolvente en todas las bibliotecas. Lo de la palabra “disolvente” les volvía locos de entusiasmo, disolvente por causar desunión; en nuestros tiempos actuales la palabra abusada es “solvente”, la he leído y escuchado cientos de veces, se conoce que lo económico, en este caso la sombra funesta de las deudas, nos cubre por todas partes. Si quieren decir, por solvente, lo responsable, ya lo sé, ¿por qué no lo dicen? En 1938 aparece la Ley de Prensa, estableciendo la censura previa, que no iría, claro, contra la Prensa del Movimiento. Al terminar la guerra, hay más de 200.000 presos políticos.

Los años 40 persisten en la represión. Algunas prohibiciones son curiosas, como la de las recomendaciones. Recomendar a alguien era sancionable, y es que se vivía entre lo brutal y lo utópico. Se pasaba hambre, pero no importaba, pues que Pío XII llamaba a Franco “benemérito de la causa de Dios y de la Iglesia” y la Iglesia correspondía imponiendo a rajatabla la enseñanza religiosa en las universidades; yo pasé por la obligación de tomar esas clases y eran, perdonen la palabra, un pitorreo. A finales de la década el Santo Oficio excomulga a los católicos comunistas. Y el gobierno respira porque la condena de la ONU a España en 1946 termina en 1950.

Durante la nueva década, en 1953, España establece el convenio con Estados Unidos y lleva a cabo el Concordato con el Vaticano. Y entra en la ONU en diciembre de 1955. Años de plenitud creadora de los poetas de posguerra, contra viento y marea, contra viento y mareo, y años de manifestaciones obreras y estudiantiles, sobre todo desde 1956. En los años 60, España pugna por salir de la Dictadura, yo lo viví en Madrid, daba clases de filosofía del derecho en la universidad, y la nueva Ley de Prensa de Fraga Iribarne de 1966 no pudo suavizar los efectos de la progresiva y “disolvente” rebelión política y social. En 1969 se decreta el estado de excepción en toda España y se reestablece la censura. Cuando muere Franco en 1975, el Régimen llevaba muerto ya algunos años.

En 1968 había venido a España Dean Rusk, Secretario norteamericano de Estado, a darle más visto bueno al Régimen.Yo me fui a Estados Unidos en 1969, y me encontré a poco en la Universidad de Georgia con Dean Rusk, quien se entrevistara con Franco en l968 y antes en 1961. Mi colega profesor Dean Rusk era un caballero, de modales exquisitos; lo malo es que fue la persona que estuvo detrás en la guerra de Vietnam como su auténtico “cerebro” mientras servía a los presidentes Kennedy y Johnson, y yo no podía quitarme la sangre, mucha sangre asiática y americana de los ojos cada vez que lo veía. Mi colega Dean Rusk me dijo que jamás lo habían tratado en ningún país con la magnificencia con que lo hicieron en España. Mi colega no olvidaría nunca el deslumbramiento.

Pero en España los poetas que surgían, no comprobaban tanto esplendor en su tierra. Por lo pronto, tuvieron que renunciar a la presencia de grandes poetas de la anteguerra, por asesinato real o asesinato sin mano (Unamuno, Antonio Machado, Lorca, Miguel Hernández) o por exilio (Juan Ramón, Alberti, Jorge Guillén, Salinas, Cernuda…).  De modo que algunos poetas escribieron una poesía permitida y formalista, los del grupo de la revista “Gracilaso”, en cuyos  36 números, entre 1943 y 1946, aparecen 338 sonetos. La sonetada no era responsabilidad única de ellos, venía de antes de la guerra (Rosales, Lorca, Hernández, L. Panero, Vivanco), pero tras ella alcanza modos de epidemia en poetas como Manuel Machado, Gerardo Diego, Adriano del Valle, Dionisio Ridruejo…, y José García Nieto, el jefe de “Gracilaso”, quien con Víspera hacia ti en 1940 abre la epidemia a los nuevos poetas y que luego evolucionaría a mucho mejor. El grupo de “Garcilaso” fue formalista y conformista, y la reacción no se hizo esperar.

En 1944 se funda la revista “Espadaña” en León. Sus poetas más significativos fueron Victoriano Crémer y Eugenio de Nora, que denuncian la poesía esteticista del grupo “Garcilaso” y llamarán a García Nieto “fácil, melifluo y canoro”. Ese mismo año de 1944 publica Dámaso Alonso los libros Hijos de la ira y Oscura noticia, tocados de un existencialismo que se origina, sobre todo, en Unamuno. Tras la guerra española y en plena guerra mundial, la literatura europea se impregna de angustia, temporalidad, muerte. En España, el primer libro absolutamente existencialista de los nuevos poetas es Arcángel de mi noche de Vicente Gaos, publicado en 1944, cuyos sonetos no tienen nada de fáciles ni melifluos, sino de ásperos, encrespados, broncos. Con Gaos, la denuncia no es solamente del esteticismo que amenazaba ahogar a España de retórica permitida, sino del mismo Dios. Hay un grupo de poetas muy originales al expresar la lucha con el Dios escondido, Dios responsable entre otras cosas del tiempo, de la sangre y de la muerte: José Luis Hidalgo, Carlos Bousoño y Blas de Otero.

Empezó Otero muy místico y formalista con Cántico espiritual en 1942, escrito en liras, y en 1950 se revela como un gran poeta con Ángel fieramente humano, seguido al año siguiente por Redoble de conciencia. Sus sonetos –otra vez sonetos- han pasado por el taller lírico del Quevedo más genial, del Miguel Hernández más acuciante. El titulado “Hombre” es un buen ejemplo de desamparo humano ante el silencio del posible Dios:

Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte,
al borde del abismo, estoy clamando
a Dios. Y su silencio, retumbando,
ahoga mi voz en el vacío inerte.

Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte
despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo
oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando
solo. Arañando sombras para verte.

Alzo la mano, y tú me la cercenas.
Abro los ojos: me los sajas vivos.
Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.

Esto es ser hombre: horror a manos llenas.
Ser –y no ser- eternos, fugitivos.
¡Ángel con grandes alas de cadenas!

La renuncia a escribir poesía “bonita” constituirá también su denuncia, y no sólo de esa poesía. El existencialismo poético desembocará en la llamada poesía social. La denuncia va a abarcar ahora mucho más. Según Leopoldo de Luis, que la antologó en 1965, tal poesía trata del aquí y del ahora, tiene carácter testimonial e intención de denuncia. Yo he estudiado la poesía social; en mi libro Poetas españoles de posguerra (1986) hablo de las condiciones para que se dé una poesía social: la denuncia o expresión de la violación del derecho humano de otro, y compromiso, es decir, la identificación con ese otro. A los derechos humanos en la poesía hispánica dediqué una gruesa antología en 1973.

Ángela Figuera lo dijo muy concisamente, representando el sentir general: “Mi poesía denuncia con la rabia de todos”. Antecedentes de la poesía social los hubo antes y durante la guerra, en Lorca, Aleixandre, León Felipe, Alberti o Miguel Hernández. Para mí, la poesía social de los poetas de la inmediata posguerra se divide en tres clases: los incluidos en la pura fraternidad, los de una abierta crítica social, y los que se dirigen, muy politizados, a las masas.

Entre los de pura fraternidad hay que mencionar especialmente a Rafael Morales y su libro Los desterrados, de 1946. Él inaugura la poesía social con este libro. Se ocupa de los hombres que más necesitan la atención y el amor del prójimo, originados en su caso por el choque personal –dirá- con el fracaso, el dolor, la miseria y la muerte. Dedica poemas a los enfermos, los locos, los ciegos, los tristes, los abandonados, las amantes viejas, los olvidados, los niños muertos, los suicidas, los ancianos, los idiotas, los ateos. El libro Los desterrados influirá en muchos poetas por su poesía tremendista, como influyó en la prosa La familia de Pascual Duarte de Cela.

Por supuesto, están tocados de fraternidad los poetas que incluyo en las otras dos clases, no hay rígidos compartimentos entre ellos. Decidida crítica social la realizan muchos. Entre los que se dirigen a las masas habría que citar a Blas de Otero (quien afirma escribir para “la inmensa mayoría”, en contraposición a “la inmensa minoría” de Juan Ramón Jiménez) y Gabriel Celaya. Pido la paz y la palabra, de Otero, es de 1955; había sido precedido por Las cartas boca arriba de Gabriel Celaya en 1951, quien tras una etapa existencialista se consagró totalmente a una poesía materialista y revolucionaria.  Y española. Hay que tomar partido, hay que cambiar España, la poesía de Celaya es del presente y del futuro. En su libro Cantos iberos, de 1954, llega a comparar a Dios con España. Garciasol, Crémer, Nora, Ángela Figuera, Leopoldo de Luis, Rafael Montesinos, José García Nieto y un larguísimo etcétera cantarán a España porque querían otra España, no la raquítica de su presente ni la de las hazañas consabidas del pasado. Celaya, en su poema “España extraña”, se identifica con la patria:

Esta fuerza extraña,
viva, enmarañada,
esta entraña a gritos que llamamos España
está en mí, no la pienso,
no puedo pensarla según la teoría con que quieren castrarla
los que en nombre de un pasado dicen: Gloria, punto y raya.

…………………………………………………………………………………..

Porque soy, porque soy
tierra roja y cargada sustancia milenaria. (etc.)

En una carta de 1963, me decía Gabriel Celaya que él se sentía así: una tercera parte vasco, una tercera español, y otra tercera de la humanidad. Quería él, conmigo, quitar aspereza a la reacción que produjo en nosotros, los andaluces, la aparición de su libro Rapsodia Euskara en 1961, un insulto a los andaluces, tratados como afeminados frente a los enérgicos y vitales vascos. Del poema “Noche de Zugarramurdi” son estos versos:

¡Vean a Juan Ramón, el sensitivo,
mirándose el ombligo entre suspiros!
¡Oh gran masturbador! ¡Oh tú, exquisito!
¡Oh padre putativo del lirismo!
El Cónsul General Don Juan Guerrero
agita como mandas el cencerro,
y acuden los cantores más ilustres
exhibiendo sus culos andaluces.
Es la gracia del Sur, la verborrea
y el verso que menea las caderas.
A título de imagen, el piropo,
y a falta de belleza, mucho adorno.
¡Vea, vean la lírica bonita,
andaluza, cobarde y señorita!

En 1962, cuando publica el volumen Poesía, una amplia selección de sus versos, me lo manda con esta dedicatoria: “A Manuel Mantero, porque sé distinguir entre un poeta andaluz, y `lo andaluz´, tópico abstracto de cierta poesía. Con buena voluntad”.

Me dio pena no querer hablar más con el insultante Celaya, por otra parte tan generoso amigo. Y aunque exagerado, él continuaba una moda en la posguerra, atacar lo andaluz, como si tanta cantidad y calidad poética de los andaluces antes de la guerra les resultara antipática a muchos. Hasta José García Nieto anunció que la poesía había pasado del Sur al Norte, a lo cual yo contesté en la prensa que cómo había pasado, si en coche, en tren, en avión o al estilo cojitranco.

Volviendo a “España”. José Luis Cano dedicó n 1964 una amplia antología al tema de España en nuestra poesía contemporánea, y afirmaba que en ninguna poesía, española o de fuera, se había dado nunca un fenómeno como el de tal número de poetas cantando a su país. Carlos Bousoño, el primero –en mi opinión- que toca el tema, aunque sin intenciones “civiles”, en el libro Subida al amor (1945), exclama  “siempre España”, Victoriano Crémer la llama “madre silenciosa”, Eugenio de Nora escribe “España, España, España”, José Hierro “oh España, clavel encendido de sueños de llama”, Vicente Gaos “España…// madre que me engendró en su viva hondura”, Blas de Otero “España, camisa / limpia de mi esperanza / y mi palabra viva, //…sola y soterraña / y decisiva / patria!”, Ángela Figuera le dice a su hijo: “Toca la tierra, hijo. Con cuidado: / que tocas una tierra de alma o nido; / un útero de amor escarnecido; / un torso de titán ametrallado”. Leopoldo de Luis, “secreto corazón de plata madre” y también la compara con el hijo:

La patria es como el hijo, hay que formarlo
diariamente, como el pan se hiñe,
como el metal se forja, como el agua
de los torrentes se remansa en diques.

El tema de España, tan unido a la poesía social, continúa en la poesía nueva de los años 50 y 60. Fernando Quiñones:”¡Oh boca llena / de pan de España en llama y luz, oh aliento / con que la tierra viene a ser más mía!”. Caballero Bonald: “Bendita seas, España, / porque no / me has dejado / quererte, bendita / seas también / porque te odio / con tan furioso / amor /como un hijo / a su madre”… José Agustín Goytisolo: …”te imaginaba, España, / pobre y pura, maravillosa / como el agua, libre”.  Carlos Sahagún: ”España, … esta mala / tierra que tanto amé, que tanto quiero / que ames tú hasta llegar a odiarla”. José Ángel Valente:

Oh patria y patria
y patria en pie
de vida, en pie
sobre la mutilada
blancura de la nieve,
¿quién tiene tu verdad?

Ángel Crespo, en el poema titulado “España”, habla de cómo se les prohibió a los poetas que escribieran el nombre de España en las paredes de la ciudad, y entonces se ordenó destruir la ciudad y construir otra nueva y que los poetas no pudieran andar por sus calles.Y termina Crespo así: “Tras el primer crepúsculo, a la primera hora de la noche, se confundieron todas las bombillas de todos los anuncios luminosos, se confundieron todas las letras de los rótulos de todas las fachadas y escribieron el mismo nombre, allá en el cielo, donde no se borra”. Uno de las grandes sorpresas en la poesía actual es cómo ha desaparecido el tema de España; ni siquiera los aún vivos que tanto la cantaron en los años 40, 50 y 60, nadie se ocupa de ella, ni para la dicha ni para la crítica, es más, algunos quitan su nombre de poemas de entonces a la hora de publicar recolecciones de sus poemas. La palabra “España” les quema las manos. No es políticamente correcto hablar de ella, y esto cuando el gobierno del país ha querido destacar la utilización de la palabra “España”.

El tema de España estuvo muy vinculado a la poesía social, por eso muchos poetas de los años 50 y 60, sobre todo los del círculo de Barcelona y sus compañeros de otros lugares, confesaron su adscripción a la poesía del realismo social, que encontró en la antología de José María Castellet, Veinte años de poesía española, de 1960, su escaparate principal. Un antólogo que se carga a Juan Ramón Jiménez de la selección por su “pérdida de vigencia histórica”, que se burla de la poesía simbolista, que sólo admite a los poetas con “responsabilidad social”, que recomienda escribir un lenguaje “coloquial y llano” solamente, y que incluye –no era tonto- un montón de poemas que no tienen nada que ver con lo que decreta, es un antólogo desacreditado. Cuando más tarde en 1970 salió con la antología de los Novísimos, muchos se quedaron atónitos al comprobar con qué frescura entonaba Castellet la palinodia. Cuando estuve en Venecia hace poco, desinfecté mentalmente la hermosa ciudad porque a una manera falsa y retorcida de tratar la vida y el poema la habían llamado, en España, “veneciana”. Los llamados poetas venecianos –los que admitieron el adjetivo- debieran ser condenados a morir ahogados en los canales de la ciudad. En los más sucios. Fue un modernismo maquillado de falsedad, un paletismo de emigrante mental.

La poesía social estaba, sí, muy vigente en algunos compañeros de mi promoción de los años 50 y 60, algunos de ellos amigos y admirados por mí. Lo que importa, decía Eladio Cabañero, es “la vida justa y solidaria”, Ángel González destacaba la “actitud moral” y el “compromiso” del poeta, y afirmaba que la poesía debe ser “útil, al servicio del hombre”; Claudio Rodríguez se refería al “sentido moral del arte”, Caballero Bonald hablaba de las obligaciones morales del poeta con su pueblo, Jaime Gil de Biedma se consideraba poeta “social y realista”. Estas opiniones, tan deudoras de los poetas sociales de la promoción anterior, la de los 40, se expresaron durante los años 60, cuando ya la poesía social estaba resbalando en el prosaísmo peor y era denunciada (otra denuncia) por muchos poetas. Yo pertenezco, si hay que pertenecer a algo para fines clasificatorios, a la promoción de los 50 y 60, pero me di cuenta años atrás de que la poesía tenía que expresarse artísticamente y simbólicamente, aunque tratara de los asuntos más a ras de tierra, y así lo declaré en el poema “Es una confesión”, que abre mi libro Tiempo del hombre (1960), poema dirigido a los poetas de la anterior promoción.

La reacción a la poesía social, la denuncia de una retórica de exageraciones adoptada por ciertos miembros de esa tendencia, ya se había expresado antes por algunos poetas de los 40, como los que hicieron la revista “Cántico”, que aparece en Córdoba en octubre de 1947, y dura ocho números, hasta 1949. Luego aparecerán once números más, de 1954 a 1957. Los dos poetas más conocidos de “Cántico” son Ricardo Molina y Pablo García Baena. La aparición reciente de toda la obra poética de Ricardo Molina ha vuelto a llamar la atención hacia un poeta que jamás debió haber sido olvidado o semiolvidado. “Cántico” suponía canto, goce de la vida y del amor, verso bello y sugerente, conocimiento de los mitos y de otras culturas, todo como envuelto en una inundación de luces y aromas. Quiero leer el poema de Ricardo Molina titulado “Ventana del pueblo”, uno de mis preferidos:

Por la abierta ventana entraba en nuestro cuarto
la luna y nos besaba desnudos en las sábanas.
El cielo estuvo azul toda la noche
sobre el tejado humilde de la casa.

Te asomaste a la sombra y señalando un astro
me dijiste: “Contempla aquella hoguera verde:
es Sirio…”  Qué silencio. Yo a tu lado sentía
los labios de la noche besarme oscuramente.

Oh luna. Oh corazón abierto a tanta estrella.
Oh silencio y jazmín de la noche en el pueblo.
En el cuarto bañado por la luna de agosto,
ah, quién pudiera despertar de nuevo.

Ricardo Molina ha escrito uno de los grandes libros poéticos del siglo XX, Elegías de Sandua, publicado en 1948.

Este contacto –afinidad cósmica y erótica- con las estrellas, y esta musicalidad, también se encuentran en Pablo García Baena, ya en su primer libro, Rumor oculto, de 1946. El poema que leo lleva el mismo título del libro:

Quiero que sea mi verso
como luna de abril,
como las rosas blancas,
como las hojas nuevas,
que mi cítara suene
como el agua en la yedra,
que mi canto sea nada
para que lo sea todo
y que a mis versos caigan
heridas las estrellas.

El grupo “Cántico”, además,  fue instrumental en la recuperación de Luis Cernuda para la poesía española.

En este juego de denuncias y renuncias, añadiré que la poesía erótica fue  recuperada, no sólo por el grupo “Cántico”, sino por un poeta llamado Rafael Montesinos. No era ninguna broma entonces escribir versos algo atrevidos, por mor de la censura. En Montesinos se junta, además, la voluntad de escribir una poesía popular, que tiene en cuenta el Cancionero, el Romancero y la poesía flamenca. Y Montesinos escribirá versos de crítica social. Ricardo Molina, gran conocedor del flamenco, escribió que el flamenco surge en el siglo XIX , precisamente, junto a la naciente conciencia de clase del proletariado.

¿Por qué calló en términos generales la poesía popular tras la guerra civil? Montesinos publica en 1946 la obra Canciones perversas para una niña tonta, donde lo perverso cae del lado del poeta y la tonta no es tan tonta. La “Canción casi infantil”, por soleares rotas al final, es una pícara descripción:

La niña viene y sin medias,
la niña viene y no sabe
que a mí me duelen sus piernas.

………………

En la ventana más grande,
veinte voces dicen “yes”.
Vámonos juntos a clase.

………………

En la clase la tarima
y en la tarima un inglés
con veinte copas encima.

……………….

La niña tonta a mi lado,
y sin querer darse cuenta
que a mí me duelen sus piernas.

Hoy nos parece esto de un erotismo “light”, pero en la época era de un atrevimiento grande. A Montesinos la censura le mutiló poemas más de una vez. Recuerdo cómo José Hierro decía que la censura no fue tan dura y que él no tuvo problemas con ella. Quizá fuera porque trabajaba en la Editora Nacional. Puedo afirmar que yo tuve problemas desde Sevilla o Madrid: mutilaron o asesinaron poemas míos, prosas críticas, un libro de cuentos, artículos de periódico, se ordenó que no hablasen de mí a principios de los 63 en Sevilla, el mismo gobernador intentó que me echaran de España por una conferencia, la policía me interrogó por un homenaje que le dimos a Alberti en El Puerto de Santa María y por un poema mío, “Diálogo de sodomitas”, etcétera. Entonces, ser homosexual significaba ir a la cárcel. Yo no soy homosexual, pero entré en sospecha al escribir un poema donde dialogan dos homosexuales. Menos mal que, al yo hablar de Dios en mis versos, no me creyeron Dios. O posiblemente la Iglesia me marcó como hereje preventivo. Sufrí viendo cómo estuvo a punto de ir a la cárcel un gran poeta amigo mío, Julio Mariscal Montes, por su homosexualidad. Los de “Cántico” escribieron poemas eróticos convenientemente despistadores, como hicieron otros poetas de la época.

No hubo mucha poesía irracionalista en la posguerra, y la que hubo significó una protesta habilidosa –otra denuncia- contra el estado de cosas y el Estado que gobernaba España. La poesía conformista de “Garcilaso”, igual que la sociedad conformista del país, fue rechazada por los surrealistas españoles, que tuvieron muy en cuenta al Aleixandre de Espadas como labios o La destrucción o el amor, al Luis Cernuda de Los placeres prohibidos o Un río, un amor, al Rafael Alberti de Sobre los ángeles y al Federico García Lorca de Romancero gitano y de la obra que se llamaría luego Poeta en Nueva York, quienes tomaron del ultraísmo lo que les convino, sobre todo la preponderancia y novedad de la imagen, y del surrealismo francés la experimentación con el lenguaje. Los poetas irracionalistas de los años 40 acuden al Barroco español, mientras los franceses lo habían hecho acudiendo al siglo XIX. Toques intensos surrealistas los hay en el primer Gabriel Celaya, muy influido por Pablo Neruda, o en el primer José Luis Hidalgo, que en el libro Raíz (1944) apunta expresiones que firmaría un Lorca: un “silencio de café con leche”. Alguna de sus hipérboles tienen valor de permanencia. Escuchen esta maravilla: “La noche era tan larga que todos la olvidaron”. Juan-Eduardo Cirlot, amigo de Breton, desarrolla con su poesía combinatoria y mística una lírica muy personal. Miguel Labordeta avanza en lo místico (sin Dios) y lo mítico, y condena a las ciudades  –especialmente Zaragoza- mientras canta a una amada cósmica ideal, inexistente, llamada Berlingtonia, que algún crítico quiso hacer coincidir con la calle Velintonia donde vivía Aleixandre. Berlingtonia, y se lo explico a los buscadores de acertijos, no es sino la Berlinzonia que figura en el Decamerón de Boccaccio, una fantástica y hermosa mujer, la “seminstante Berlinzonia” según el italiano.

Carlos Edmundo de Ory fundó la revista Postismo en 1945 con Eduardo Chicharro y Silvano Sernesi, y la revista fue a poco suspendida por orden superior. El postismo, según Ory, es “locura inventada”, y los Manifiestos postistas hacen sonreir, aquellos inconformistas elogian el metro y la rima, escriben sonetos a puñados, alaban a colegas postistas como Dante, Durero, Picasso, Rabelais, Mallarmé, Kafka, Fernández Flórez, Cervantes, Santa Teresa , y –ojo al adjetivo- la Sagrada Biblia. ¡Qué hubieran dicho los surrealistas franceses, qué maldiciones hubieran vomitado Breton, Aragon o Crevel! Los postistas atacan, además, a Lorca y Alberti por contaminación ultraísta.

Ory es muy brillante. Junta lo tradicional y lo revolucionario, incluyendo la revolución de las palabras, a las cuales saca de quicio. Y tiene algo que escasea en la poesía de posguerra: humor. Como los surrealistas franceses, ironiza, tartamudeando fónicamente, con las creencias religiosas al dirigirse -es el título del poema- “A unos creyentes que me invitaron a tomar el té”:

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Contáis que veis un álamo y vivís su visión
atontados en paz y beatitud temblona
identificadores corazones de miel
y tan melan  melanco melancólicos

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Por fin prueban la esencia del Mundo esos creyentes

Y cantan eso sí cánticos píos
como si suya fuera la fe de propiedad
como si cabalgaran en el soplo divino
esos jinetes jesnatos jubilosos

Este poema lo escribe en 1949. Un cuarto de siglo después le sigue sacando a la palabra chispas, por ejemplo en el brevísimo y también irreverente poema “Per Jocum”:

¡arre! ¡arre! ¡arre!
¡arrepiéntete!

José Hierro, en los libros Tierra sin nosotros y Alegría, publicados en 1947, ya había expresado hermosa y dramáticamente el desencanto de su promoción, la de los jóvenes que hicieron la guerra. Nunca dejaría Hierro de ser un melancólico perdido por su crepúsculo de bosques y de músicas, pero en Libro de las alucinaciones, publicado en 1964, intensificará sus tinieblas de espacios y tiempos mentales y gramaticales, para ofrecer un irracionalismo donde el tema que origina los versos no se sabe cuál es, se oculta cuidadosamente al lector. Poesía de sorpresas, como la de colocar a San Juan de la Cruz en un party actual, en el poema “Yepes cocktail”: San Juan, símbolo del amor divino, bebe un licor entre personajes oficiales, la cantante sueca, el agregado militar de Estados Unidos, el embajador de China. Es una fiesta sexual, con mujeres de caderas anchas y hombros y senos que les palpitan al reír. Pero San Juan no ríe:

El aplaudido
autor con el puro de éxito,
la amiguita del productor
velando su pudor de nylon,
las mejillas que se aproximan
femeninamente: “Mi rouge
mancha, preciosa…”  (Mancha amor
cuando en las bocas no hay amor.)

(Juan de la Cruz, dime si merecía
la pena padecer con fuego y sombra,
beber los zumos de la pesadumbre,
batir la carne contra el yunque, Juan
de Yepes, para esto… Vagabundo
 por el amor, y huérfano de amor…)

Poeta rebelde, poeta irracionalista y lúdico, fue Camilo José Cela. En 1935 ya empezó publicando poemas en Argentina, y en 1941 en España. Cela, como tantos novelistas, quería ser poeta ante todo. En 1945 publica versos en varias revistas, y de 1945 es el libro poético Pisando la dudosa luz del día, que escribiera en Madrid en noviembre de 1936.

La huella del surrealismo es clara, con visible influencia del Pablo Neruda, de los dos tomos de Residencia en la tierra publicados por “Cruz y Raya” en Madrid en 1935. También están ahí, semiescuchándose, los versos de Aleixandre, Huidobro, Apollinaire y los surrealistas franceses. Metáforas sin analogía entre los planos real e irreal, saturación de pronombre relativos, personificaciones, hipérboles, enumeraciones (todo tan querido a los franceses) inundan el libro de Cela, como las anáforas directoras de los poemas. Por ejemplo, el poema “Inventario de la oscuridad”, donde el famoso “Hay” de Apollinaire (Il y a) se convierte en obsesión:

Hay jovencitas que mean con estupor de rana,
Y hay húmedos cadáveres que se pudren a solas
Por las noches sin luna…
hay hombres que ya nacen con un hueco en el pecho,
Y hay cerillas amargas que debilitan vírgenes
Por las noches sin luna…
Hay almohadas traidoras como un cristal purísimo,
Y amigos venenosos como un lagarto en calma
Por las noches sin luna…

………………………………………………………………

Hay cuerpos, emisoras, dulces botellas, yeguas,
Que prorrumpen confusas como el amargo estiércol
Por las noches sin luna…

Donde se despega mucho Cela del surrealismo español es en su obra de teatro María Sabina, publicada en 1967 y estrenada en Nueva York y Madrid en 1970. Lo maravilloso que se encuentra en Breton, Crevel, Vitrac o Boiffard, ausente en los españoles, el sonambulismo alucinatorio y salmódico de la chamanesa mejicana María Sabina, que existió realmente, sonambulismo debido a la ingestión de curativos hongos sagrados, pasará a la tragifonía, al Oratorio celiano.  Desde luego es un texto lírico más que teatral, escrito en versos o versículos. La obra fue pateada en Madrid. Breton fue testigo de ceremonias extraordinarias en Estados Unidos y Haití, y reivindicó lo primitivo, lo que él llama “la emoción reveladora”. También influye en Cela el surrealista Antonin Artaud, quien en 1936 estuvo con los indios tarahumaras y escribió “inventadas” sílabas. Cela enlaza con estas aspiraciones y siquiera por ello su obra es importante en el desarrollo poético del irracionalismo español.

Salmodia María Sabina (o Cela), con la anáfora tan empleada por los surrealistas, el verbo “ser”:

Soy una mujer de buenas palabras, dice
Buenas son mis palabras, buena mi respiración, buena mi saliva, dice
Santa Madre, dice
Yo soy una madre mujer, dice
Yo soy una madre mujer bajo el agua, dice
Yo soy una mujer general, dice
Yo soy una mujer cabo, dice

Santo Padre dice
Yo soy una mujer cabo dice
Yo soy una mujer abogado dice

Y más dirá:

Soy San Pedro
Soy la Vírgen
Soy el rey de España
Soy la reina de Inglaterra

………………………………….

Soy una puta
Soy una puta enferma
Soy el piojo que vive en la cabeza de un pobre

Cela también escribió poesía imitando la popular. Así, en la cuarta edición de Viaje a la Alcarria. He aquí las seguidillas de “Nana del burro gorrión”:

Duérmete, burrillo manso,
que ya es la hora.

Ya te has comido la flor
de la amapola.

Ya has bebido en el restaño
del agua sola.

Duérmete, burrillo manso,
que ya es la hora.

Hay otro Cela más directo, el de los Cantares de ciego y –como él dice- los poemas de “Farsa y cachondeo”, que dejaré ahora. Sólo diré este comienzo de los versos dedicados a la almorrana:

Ay, almorrana, almorrana,
cultivada en los jardines
de los culos galopines
de los señores y damas…

He querido terminar con Cela, el poeta Cela, porque al hacer recuento de las denuncias y renuncias de estos poetas revelados en los años 40, al pasar  lista a sus tendencias y contratendencias, echo algunas cosas de menos en la poesía española de hoy, que fueron válidas en estos poetas, como el humor, como la poesía popular, como la preocupación existencial y metafísica, siquiera con alguna sombra de religiosidad o antirreligiosidad, como la poesía de protesta social, como la inserción en la Naturaleza y algo menos en lo urbano, como la ausencia de una poesía cursi o artificial, como la atención a la música personal del poema. Estos poetas vivieron en una época llena de carencias tras la guerra civil, conectaron sin embargo con el existencialismo o el realismo de la literatura europea, lucharon contra las amenazas a la libertad, se comprometieron con su pueblo y –me parece importante- con la calidad del poema. Y nos han dejado unos cuantos nombres inamovibles. Si algunos consideran todavía que sólo sirvieron como puente hacia el hoy, vale, pero debajo de ese puente, a su sombra, hemos de volver todos con frecuencia para reconocernos. Yo mismo, que expresé mi disconformidad con varios aspectos de esa promoción, confieso que sin ellos nuestra poesía estaría cariada.

Un poeta de la promoción de los años 40, Carlos Edmundo de Ory, ha afirmado que “existe un modo especial de reconocer la poesía viviente: pone la carne de gallina”. También –añado yo- podría decirse que la poesía de verdad, “viviente”, viva, tiene pellizco. Carne de gallina, pellizco…, o sea, “repeluco”, o como decimos los andaluces, “repeluzno”, el que nunca pasa. Muchos versos de los mejores poetas del 40 tienen repeluzno.

Escuchen algunos versos con repeluzno de poetas de los años 40, tomados al azar. Y tales versos son fácilmente memorables, una de las condiciones de la poesía auténtica.

De Gabriel Celaya: “La poesía es un arma cargada de futuro”.

Blas de Otero: “Yo doy todos mis versos por un hombre / en paz”.

José Luis Hidalgo, además de aquel magnífico “la noche era tan larga que todos la olvidaron”: “He nacido entre muertos, y mi vida / es tan sólo el recuerdo de sus almas”.

Rafael Morales, refiriéndose a sus zapatos: “Bajo la suela delgada / siento la tierra que espera… / Entre la vida y la nada, / ¡qué delgada es la frontera!”

Javier de Bengoechea: “Vivir se llama lunes en mi frente”.

Julio Maruri: “Cada nube que tú contemplas / es toda nube esbelta y sola”.

Ramón de Garciasol: “Deja que me tranquilice. / Vengo de hablar con los dioses / y no entiendo lo que dices / ni soy el que tú conoces”.

Alfonso Canales: “Yo supe / cantar antes que hablar”.

Eugenio de Nora: “Sabía que morir no es mejorar de sitio, / pero aceptó ser puente en un camino”.

Vicente Gaos, refiriéndose a la fecha de su nacimiento: “Murió en Valencia, veintiuno / marzo, mil novecientos diecinueve”.

Lorenzo Gomis, comparándose con un león de zoológico: “…rugimos, /
rugimos, / …pero es por costumbre”.

José García Nieto, ante un cementerio de Castilla: “Una sala de alientos hay vacía”.

Ángela Figuera, dirigiéndose a su compañero de tanto tiempo, después de bañarse los dos y acariciarse en el agua: “¡Qué verdes tienes los ojos / con que me miras (…)! / ¿Te los ha lavado el río / o se te ha quedado dentro? / Y, de pronto, me he encontrado / en ellos una mirada / de hace quince años…”

Juan Bernier: “El silencio es respuesta, / no sabemos de quién”.

Antes cité versos, repujados de broma o de acrobacia circense, de Montesinos, Ory y Cela. Escuchen ahora estos: De Ory: “Haces tu origen como se hace un nido”. De Montesinos: “Ama y olvida que serán deshechos / los cuerpos donde a muerte nos amamos”. De Cela: “Ya puedo acostumbrar mi calavera / al hueco justo y al terrón baldío”.

Acabo. En definitiva, la pregunta que hay que contestar es: ¿Valieron la pena estos poetas, su poesía? Sólo la ignorancia o la malevolencia podrían causar una respuesta negativa. Sólo la frivolidad.

Texto leído en el Ateneo de Madrid el 19 septiembre 2007 en el Congreso conmemorando el 70 aniversario del celebrado por los Intelectuales en Defensa de la Cultura. En República de las Letras 107, Madrid, mayo-junio 2008.