Nueva salutación del optimista

El año próximo se conmemorará el cuarto centenario de la publicación de la primera parte del Quijote. En España hay tendencia a acordarse de Santa Bárbara cuando truena, y los centenarios son para algunos una bendita lluvia de oportunismo y lucro personal; hay especialistas en centenarios como los hay en diseñar minibragas, en heráldica equina o en la pintura de Dalí. Se dedica un tiempo expiatorio a recordar a quien sea o lo que sea, y hasta otra. En el centenario del Quijote estamos la mayoría de acuerdo, hay que celebrarlo por todo lo alto, es nuestro libro más universal, no nuestro Evangelio como decía Miguel de Unamuno, pero al resplandor de sus páginas nos podemos citar los españoles, seguros de reconocernos.

Ocurre, sin embargo, que los amantes de los centenarios deberían empezar a recordar otro, importantísimo, el de un libro prodigioso, quizá el más prodigioso de la literatura hispanoamericana. Se trata de Cantos de vida y esperanza de Rubén Darío, publicado en Madrid en junio de 1905. En marzo de ese año, había leído Darío en el Ateneo madrileño el poema “Salutación del optimista”, que dictara en su domicilio de la calle Veneras a un tipo estrafalario, y que incorporó inmediatamente al libro. Jorge Guillén me dijo un día que su padre le llevó desde Valladolid a escuchar a Rubén Darío en ese acto, y fue un desastre: los versos resultaban inaudibles, daba pena ver al gran poeta luchando por superar su deterioro físico; no había cumplido aún los cuarenta años y el alcohol lo iba aniquilando. El poema -y más del mismo libro- es una invitación a los pueblos hispánicos a recuperar la esperanza y el entusiasmo: “Un continente y otro renovando las viejas prosapias, / en espíritu unidos, en espíritu y ansias y lengua, / ven llegar el momento en que habrán de cantar nuevos himnos”. La recomendación era muy oportuna, porque España entonces padecía las consecuencias de la guerra de 1898 con Estados Unidos, transformados en potencia mundial a costa de nuestro país. La voz de Rubén Darío fue la más seductora y escandalosa en la protesta latina (no sólo hispánica) contra los norteamericanos, los nuevos bárbaros según el poeta.

Rubén Darío ya era Rubén Darío, pero la edición del libro le costó dinero, algo más de 800 pesetas. Se hicieron 500 ejemplares, en la Tipografía de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. Que un libro casi milagroso de hondura y musicalidad, escrito por el primer poeta reconocido entonces de nuestra lengua, se lo tuviera que pagar él y con una tirada modesta, prueba que mal andaba la jerarquía de valores en nuestra sociedad, como mal anda ahora. Muy mal, cuando a un escritor de pluma tan egregia como Bill Clinton le pagan 12 millones de dólares de anticipo por sus memorias y en mes y medio llevan vendidos millón y medio de ejemplares. Sé que este es un ejemplo atípico en cuanto a autor, dinero y tirada, pero dentro de la cofradía oficial de los escritores hay quienes cobran mucho, venden mucho y valen lo que un gargajo de jilguero. Sí, algo marcha mal. La edición de Cantos de vida y esperanza la cuidó un jovencísimo Juan Ramón Jiménez, y Rubén se lo pagó generosamente regalándole los autógrafos del libro. Cuando Juan Ramón, en 1922, le brindó al director de El Sol, Manuel Aznar, esos autógrafos “para la suscripción en favor de la Rusia hambrienta”, ni una sola persona quiso comprarlos. Para más inri, Juan Ramón intentó regalárselos a la Biblioteca Nacional en Madrid, y los despreciaron porque “no interesaban”. Qué animales de bellota. En 1949 el poeta de Moguer, desde su exilio americano, regaló gran cantidad de ellos a la Biblioteca del Congreso.

Rubén Darío participó en el centenario del Quijote, entre otras cosas, viajando por la Mancha y escribiendo un magnífico poema, “Letanía de nuestro señor Don Quijote”, leído por Gregorio Martínez Sierra en la Universidad de Madrid en mayo de 1905; Darío estaba enfermo. El poema sorprende, su autor protesta en él de los homenajes cervantinos, se duele de Don Quijote que ha de soportar “memorias, discursos…, certámenes, tarjetas, concursos…, y las tonterías de la multitud”. No obstante, el poema es también una llamada al optimismo. Rubén Darío le pide a Don Quijote que nos libre de los “falsos paladines”, de la “canallocracia”, de “tantas tristezas” y de los que “ridiculizan el ser español”. A Cervantes ya le había dedicado, junto a otros textos, un soneto donde le confiesa su amor, su admiración, y cómo Cervantes le dio a sus sueños un “yelmo de oros y diamantes”. En la “Letanía” citada, Rubén presenta a un Don Quijote jamás vencido, con su “lanza en ristre, toda corazón” y su “áureo yelmo de ilusión”.

Optimismo, ilusión. Acabo de leer que los emigrantes hispanoamericanos en Estados Unidos se muestran archioptimistas, ellos, los menos instalados en las cifras preferentes respecto a opciones de trabajo, sueldos y beneficios sociales. La mayoría se encuentra a gusto y contempla un futuro de color rosadísimo para sus descendientes en Estados Unidos. Quizá hayan aprendido de los “yanquis” lo que el mismo Rubén Darío alababa y recomendaba en un poema suyo posterior, “Salutación al águila”: constancia y vigor.  También, refiriéndose a Nueva York, resaltará de los norteamericanos su “adoración de la alegría”.  ¡Adoración de la alegría! Quienes conozcan al pueblo norteamericano por experiencia y no por lo que cuenten ignorantes o malévolos, habrán notado su carácter tan alegre. Caramba, es una nación joven.

El presidente Bush, durante la campaña electoral, ha dicho que hay que abandonar el pesimismo. Estoy –en eso- de acuerdo con él. Necesitamos ser optimistas, ejerciendo un optimismo consciente, activo, enérgico. Seamos optimistas, por ejemplo, para que la cuestión de Gibraltar se resuelva “pronto”. Si los españoles vieron su voluntad obedecida con la retirada de las tropas de Iraq, háganles caso ahora cuando quieren un endurecimiento de postura frente a los ingleses. Y seamos también optimistas, para que cesen de ridiculizar el ser español no sólo algunos extranjeros de la Roca o del Támesis, sino los mismos españoles. En las Ramblas barcelonesas leí un cartel que decía: “Las mujeres españolas son putas”. Hijos de puta, los que escribieron esa putada. Y me encanta mi lengua, la de Cervantes, me enamora mi lengua, ¿existe otra más bella y expresiva en el mundo?, y mi optimismo llega a imaginarla cada vez menos contaminada, más limpia y habitable, seamos optimistas, 40 millones de “hispanos”  viven en Estados Unidos y su progresión de crecimiento supera bastante a la norteamericana. Dentro de poco hasta los perros ladrarán en español. Y Estados Unidos continuarán siendo Estados Unidos.

Hoy me siento muy optimista, la coincidencia del centenario del Quijote y de Cantos de vida y esperanza me ha dado motivos para ello. El genio más emblemático de la literatura española y el más emblemático de la hispanoamericana, nos recordarán el año próximo desde su gloria ya intocable y desde nuestras conmemoraciones que, por encima de la soledad, las burlas, las necesidades económicas, las envidias y las tragedias familiares sufridas por los dos, tuvieron toneladas de ilusión y entusiasmo. La españolidad de los dos y la americanidad de Darío, desde un foco de proyección universal, son el ejemplo a seguir. Si algún lector intolerante de alma localista se cabrea y me riñe para que me deje de quijotadas, le respondo que de eso se trata, de quijotadas. Y de que salgan bien.

Diario de Sevilla. Revista del Domingo, 22 Agosto 2004.