Llegó la hora de la verdad

Estoy harto de leer la frase: los periódicos andan “a la caza de la noticia”. Como si se tratara de una faena venatoria, con su doble mira de capturar al animal (usualmente matándolo) y de buscar diversión. Las noticias se suceden a velocidad de vértigo, y el tiempo es un monstruo que las devora igual que Saturno a sus hijos o el Minotauro a los jóvenes atenienses.

¿Tendría razón Oscar Wilde al decir que la profesión de espía había desaparecido porque los periódicos la sustituyeron? Adelantarse a la competencia en una noticia importante debe de proporcionar a algunos una sensación de triunfo lindando con el éxtasis.Y la noticia, mientras más extravagante, mejor. Cargarse un mosquito de una palmada o guardarse un euro perdido en la acera, trae sin cuidado a los demás. Pero de quien asesinó a diez personas sacándoles el corazón por la boca o de quien robó un banco disfrazado de Robín de los Bosques, nos detallarán los periódicos hasta el horóscopo.

Lo sé, la repercusión no es la misma. Cualquier noticia que se precie ha de despertar el interés general. Enterarse de “lo que pasa” –bueno, malo o regular- constituye una tarea que los humanos han cultivado siempre, por la naturaleza de la noticia, por sus protagonistas, o por ambas razones. ¿Cómo no van a interesar el maldito tsunami asiático, el referéndum sobre la Constitución europea, el Plan Ibarretxe y las elecciones en el País Vasco, la reforma del Estatuto catalán, el viaje de Condoleezza Rice a varios países europeos sin tocar España, los atentados de Irak, la designación de Gibraltar como asilo de ancianos submarinos nucleares, los achaques del Papa y el cumpleaños del Rey? Sí, el cumpleaños del Rey: hace poco celebró los sesenta y siete, y a los españoles nos interesa que cumpla muchos más. Después de la muerte de Franco, al Rey le pusieron en bandeja convertirse en dictador y él prefirió poner en marcha la España democrática que disfrutamos; y cuando ocurrió el intento de golpe de Estado que la diñó entre payasadas de Tejero, sospecho que el Rey pudo alzarse con la dictadura, pero no, se atuvo a la voluntad del país y a la defensa de su Constitución, esa Constitución que hoy quieren recortar o descafeinar. ¿Habrá necesidad de que el Rey, por tercera vez, meta el hombro para salvar a España de una situación peligrosa? ¿No es demasiado exigirle a un solo individuo?

Junto a estas noticias, importa poco que Hillary Clinton se haya mareado antes de una charla; que Brad Pitt y Jennifer Aniston decidan separarse; que Miki Molina se eche novia, nada menos que una hermana de su cuñado; que  la Super Bowl norteamericana la gane quien la ganó; que el balón con que Beckham falló un penalti contra Portugal se haya subastado en veintiocho mil euros; que la moda dicte a las mujeres llevar en la cabeza una especie de gorro frigio y pintarse los labios con delicados reflejos coralinos. La caza de la noticia tiene por objeto la caza del lector y del anunciante, y a menudo otorga relevancia a aquello que de ninguna manera la tiene. Por ese motivo se dan noticias procedentes de la fabricación de personajes ridículos; los medios informativos  –sobre todo la tele- están llenos de semejantes fantoches. Una salvedad: de cuando en cuando surgen noticias sin aparente importancia y son importantes, como la que leí en una publicación cubana ocupándose de las elecciones (¿) municipales en la Isla: la transmisión de los partes de votos la hacían  radioaficionados, arrieros y colombófilos, ¡por amor de Dios! o ¡por amor de Stalin!, claro que importa la noticia, pues nos descubre la trampa, la irrisión y el tercermundismo de la interminable revolución. ¡Pobre Cuba!

Decía Kafka que, aunque los periódicos nos ofrecen los sucesos del mundo, la significación de los sucesos no la encontraremos en los periódicos. Me parece que Kafka exagera, hay redactores, columnistas, colaboradores y hasta autores de cartas al director  que “interpretan” las noticias, les dan significado.Todos ayudan al lector a interpretar él también, sin perder de cara unos y otros la realidad. ¿Cómo no va a haber una ética en los periódicos? Es lógico que quien escriba en ellos exprese sus ideas, pero nunca amparado de intolerancia. Y algo más: el que escribe en un periódico tiene derecho a transmitirle al lector lo que “le pasa”; valen sus aventuras íntimas como  noticias, su anecdotario personal, su mitología diaria de lo entrañable. El latido se propaga en eco.

Conectar con el lector a través de los “universales del sentimiento” a que se refería Antonio Machado (el amor, el tiempo, la muerte, etc.) , ¿qué más pedir? Un ejemplo: yo acabo de perder a un amigo queridísimo, lo destrozó el cáncer, un amigo que me regalaba la inocencia exacta para disculpar muchas cosas de esta vida, me amaba sin pretender nada a cambio, me cuidaba, me alegraba, respetaba las flores de mi jardín y el orden de mis papeles, nos entendíamos con una simple mirada y ha muerto, hubo que “dormirlo”, y su muerte me ha dejado hecho polvo. Se llamaba Cody, era mi perro. En un reciente dibujo de ABC, el maestro Mingote comentaba algo que yo escribí en una Tercera y me llamaba “un sabio”. ¿Sabio yo? Sabio él, que “sabe” transformar cada dibujo en salud intelectual como una mañanera vitamina de sensibilidad. Si he conseguido que al lector le emocione –una pizca siquiera- la minihistoria de mi perro, qué gran satisfacción.

Los periódicos españoles son los primeros de Europa en aumento de tirada, y a ninguno del mundo envidian en información y amenidad. Cuánto los añoro. Ahora diré una cosa muy seria: el compromiso de quienes escriben en los periódicos ha de reafirmarse y cristalizar por encima de las ideologías de grupo, compromiso con España y los españoles, con el futuro. Ha llegado la hora de la verdad. Urge protestar los ataques a la unidad de España, rechazarlos desde la influencia de nuestra prensa. La prensa, que tiene que difundir una actitud fríamente imparcial ante la ley y acaloradamente parcial ante el putiferio de los fulleros. La prensa, como un ejército armado de millones y millones de palabras. Los que rebajan la gravedad de las insolencias reivindicatorias quizá se arrepientan un día, cuando no haya solución.

Yo siempre imagino a España como una mujer, una mujer joven y hermosa. Una mujer amenazada, acorralada. Se le acercan, componen una minoría, una caricatura de chusma, pero vociferan, asustan, y no son como mi perro sino crueles, hipócritas y vengativos. Se mofan de España, le arrancan sus ropas –su historia-, la desnudan y pretenden quitarle más todavía: pedazos de su cuerpo adorable. El cuchillo brilla. Mutilarla equivaldría a mutilar nuestra identidad. No seríamos ya españoles, seríamos el desolado y asqueroso producto de nuestra cobardía. Seríamos –perdón- una mierda.

ABC, Madrid, 13 marzo 2005.