Hacia una reelaboración de la teoría de lo cómico

(Parte IV del libro Los bigotes de Mona Lisa) 

Lo cómico se da sólo en los seres humanos

Si se cae un libro del librero o una rama del árbol, nadie ríe. Si se cae una persona, muchos lo hacen. No todos coinciden en que lo cómico se da solamente en los humanos, o en cosas y animales que pueden recordar lo humano. J.C. Gregory recoge  una opinión de Helen Keller: un melón provoca la risa a causa de su forma. Pero sinceramente, ¿quién ríe ante un melón o una sandía, a menos que su configuración pueda recordar la cabeza de alguien, o si la sandía cortada, por ejemplo, evoca consciente o inconscientemente una boca abierta y riéndose? Al ver a un cocodrilo, es posible reír por su gran boca, que se compara con la boca humana. Grande para un humano, no para un cocodrilo.

Lo cómico no se da en los animales. Cuando los fabulistas o las películas de Hollywood nos muestran el comportamiento de los animales, no hay tal comportamiento. Se refiere a los humanos.

Cuando un torero ejecuta un pase y el toro, al tropezar con los cuernos en la tierra, da la voltereta, mucha gente ríe en la plaza. Pero es porque se recuerda el tropezón humano. Si no se hubiera visto dar a los seres humanos algún tropezón involuntario, la gente no reiría. Y  hay más, el mismo pase de la verónica o el natural que lleva a cabo el torero, queda ridiculizado. Y hasta el torero quedó desairado, ridiculizado.

En la novela Point Counter Point (“Punto contrapunto”), de A. Huxley, Lucy se deja acariciar y besar, en el diván, por Walter. De pronto, un chillido agudo. Lucy ríe. Dice: “ Es Polly”. Es el loro, desde su jaula. La comicidad, el echar a perder el momento amoroso, lo provoca un animal, un loro,  una de las cosas más cercanas a la voz humana.

Una greguería de Ramón Gómez de la Serna dice así: “lo más grave es que el burro tiene dentadura de hombre”. ¿Lo más grave? Yo diría “lo más cómico”. Ya que estamos con burros, habrá que recordar el episodio de El asno de oro de Apuleyo donde el asno (o sea, el protagonista Lucio convertido en asno) come restos de comida de lujo que se llevaban para ellos dos hermanos, cocinero y pastelero. Pan, pastelillos, pescados, dulces de miel y otros alimentos. Lo descubren y ríen a carcajadas. Y le siguen dando comida. Le dan vino, y lo mismo. El amo de los dos esclavos, cocinero y pastelero, les compra el asno, y un liberto suyo le enseña a bailar alzando las patas delanteras, a luchar, a ponerse a la mesa recostándose en el codo, a contestar preguntas girando (“no”) y agachando (“sí”) la cabeza, con otras monerías. Mejor dicho, burrerías. Lo que nos interesa aquí es que se ríen del asno porque hace cosas humanas, se están riendo de lo humano que parece haber en el burro. Si a un perro le colocamos una gorra y un pantalón, a reír. No es como si al perro lo vistiéramos con ropas humanas, sino como si las ropas humanas, tan superiores por “humanas”, tuvieran ahora características de perro. Nos reímos por la ridiculización del ser humano y sus productos (ropas) y no por la ridiculización del perro. El ser humano aquí parece un perro, no el perro un ser humano. Un perro con sombrero tejano produce risa por ser un sombrero tejano con perro.

Agustín de Foxá, en un artículo titulado “La ejecución de la elefanta” publicado en 1950, cuenta un caso que toda persona sensata verá como repugnante. Él no lo vio así. En el Estado norteamericano de Florida “ejecutaron”, al amanecer,  a una elefanta, “Dolly”, de veintisiete años de edad,  con asistencia de los empleados del circo. La elefanta había matado a un  niño de cinco años que le quería dar comida. Lo agarró con la trompa y lo golpeó contra el suelo, aplastándole la cabeza. Dice Agustin de Foxá que hizo bien la dirección del circo de la ciudad de Saratosa, pues “el circo está contra el peso, contra el golpe, contra el incendio, contra el instinto, contra la caída”. Afirma que el fuego del circo no quema ni su agua ahoga ni sus animales muerden. Y que la sentencia pudo decir: “Condenada a muerte por conspirar contra los sueños”. Antes había dicho que “la técnica [del circo] es el milagro, la magia, el burlarse, sin aparatos científicos, de las leyes de la Naturaleza”, y habla del elefante que se afeita, del oso en bicicleta y de la mona encima del perro.

Muy bonito. Pero eso es lo terrible, burlarse de la Naturaleza; que el animal haga lo que hacen los humanos para que estos se rían. Estupendo –para Foxá- que el equilibrista no respete las leyes de la gravedad. De todos modos, ¿y  la caída de los payasos, los golpes a que él también se refiere?

Otra aclaración. Si en lo sagrado se da lo cómico, es porque está “humanizado”. Ya se verán ejemplos en la parte de la tipología. Citaré ahora un caso de hoy, contado por Ron Jenkins en su libro Subversive Laughter (“Risa subversiva”). En la isla de Bali la risa “enlaza a los espectadores con sus dioses [del hinduísmo/budismo].(…) La religión de Bali gira en torno a la propiciación de los espíritus divinos y ancestrales. Una forma de agradar a los dioses es ofrecerles oraciones y regalos, y otra hacerles reír.” He querido destacar esto, el hacerles reír. Lo que pasa es que tratan a los dioses como a seres humanos: se ríen.

En cambio, no reímos cuando vemos a personas con dos cabezas, con cuerpo o cabeza parasitarios, o que nació sin brazos, sin piernas, siameses. La ridiculización del cuerpo humano es una causa muy principal para producir la risa, y ya ampliaremos esto más adelante. Pero no nos reímos de los monstruos, porque no nos parecen humanos. Por eso se les consideró hasta fines del siglo XVI como algo divino,  fuese en sentido positivo o negativo como representantes de la ira divina.

Hay monstruos reales y monstruos legendarios. Heródoto y Plinio se refieren a personas de un solo ojo. Se pensaba que los antropófagos tenían los ojos en el pecho. Entre los dioses antiguos había monstruos, seres deformes. Había titanes de cincuenta cabezas, los egipcios tenían dioses con mezcla de animales, como los babilónicos y asirios. C.J.S. Thompson ha escrito un libro sobre los monstruos interesantísimo, y la verdad se mezcla con la fantasía de manera fascinante. Aulo Gelio y Plinio hablan de una nación con un ojo en la frente, los “Arimaspi”, como los cíclopes. Thompson dice que “al parecer” han existido y que un niño nació así en 1884 y otro en 1894. La verdad ¿por qué no tenemos fotografías de ellos?  De gente con rabo o cola hay varios “testimonios”; ya Marco Polo habla de tales personas. Sobre seres con más de una lengua, se lleva la palma de la exageración Hildesius en el siglo XVII, refiriendo el caso de un niño con once lenguas.   ¿Cómo hablaría?   Portentosamente, no cabe duda.

Y están los centauros, los faunos, las sirenas, los grifos, los tritones, etc. San Agustín vio en Etiopía hombres y mujeres sin cabeza y con grandes ojos en sus pechos. Me parece una enorme broma. El siglo XVI tuvo especial admiración por los monstruos, y hay dos libros famosos, Certaine Secrete Wonders of Nature (“Algunas maravillas secretas de la Naturaleza”) de 1569, escrito por E. Fenton, y Chyrurgery (“Cirugía”) de 1574 escrito por A. Paré. Entre las maravillas que se cuentan, un hombre con cabeza de burro al que sacaron del río Tíber en 1496 y un niño que nació en 1578 con cinco cuernos en la tierna cabecita, ya no tan tierna. A todos sobrepasa el huevo que contenía una cabeza humana.

La gente no se ríe de los monstruos, reales o no, aunque nos riamos de los que inventan estupideces o las creen, porque la gente no considera humanos a los monstruos. Una pregunta puede surgir inmediatamente: ¿Y de los gigantes y enanos, por qué ríen al verlos? Cierto, ríen. Los reyes y la gente rica tenían payasos y bufones enanos: los han pintado Mantegna, Velázquez y Rafael. Pero los reyes nunca se divirtieron con gigantes; al parecer la simple vista de alguien más alto los llenaba de desasosiego. Efectivamente, gigantes y enanos pueden hacer reír, pero ¿se les considera monstruos? No.Tienen lo mismo que los demás, son “humanos”, salvo que el cuerpo ha sido “alargado” o “reducido”.

Impropiedad y degradación

Ya dije anteriormente que hay  requisitos sin los cuales no entiendo que se pueda dar lo cómico. Estos requisitos son dos, la “impropiedad” y la “degradación”. Es posible que no toda impropiedad y degradación, juntamente, produzcan comicidad y risa, pero en lo cómico siempre encontraremos impropiedad y degradación juntamente.

Llaman a la puerta. La abrimos y nos encontramos con un ministro del Gobierno que tiene una zanahoria en la cabeza. Nos reímos. ¿Por qué nos reímos? Porque una persona llevaría en la cabeza un sombrero, no una zanahoria. Y si es un ministro, reímos más, sencillamente porque su dignidad oficial es mayor. No es lo mismo un tropezón de Juan Lanas por la calle que el de un Jefe de Estado o un Papa; de hecho, ha habido tropezones y caídas de Jefes de Estado y Papas, de memoria reciente. Al cuerpo humano se le supone erecto, excepto en casos  donde se le supone naturalmente horizontal o de otra manera, como dormido o jugando al fútbol. Lo “impropio”, como yo lo llamo, es lo no propio, lo anormal, lo sorprendente. No me gusta llamarlo lo “contrario”, esa sería la escala máxima en el distanciamiento, hay matices. Pensemos en un desfile con la carroza de la reina de Inglaterra tirada por  unos cuantos travestidos en vez de caballos. En este caso, no es lo “opuesto” caballo a travestido. El elemento de la degradación está claro: se ha rebajado la dignidad del lógico caballo del desfile por la del travestido; esos valores de “dignidad” lo hemos decretado, por supuesto, los humanos. Y se ha degradado la dignidad de la reina de Inglaterra, con tan extravagante tiro. Los travestidos se han degradado también. Bergson no quiere caracterizar lo cómico por la degradación, pero es insoslayable.

Una observación antes de seguir. Todo lo “impropio” es sorprendente, pero no todo lo sorprendente es “impropio” o anormal. Por ejemplo, si se da una fiesta de cumpleaños a alguien, no hay nada impropio cuando la fiesta es por sorpresa.

Antes me refería a Ron Jenkis y su interesante libro Risa subversiva (1994). Afirma Jenkins que cuando Charlie Chaplin en la película La quimera del oro se come de pura hambre sus zapatos, nos reímos de su ingenio al liberarse “de las situaciones que amenazan su vida”. No. No nos reímos porque él, ingenuo, piense que se salva de esa manera sino porque la comida –con lo que significa de “ceremonia” doméstica- se ridiculiza, se degrada. Si en vez de su calzado hubiera comido un alimento normal que de pronto hubiera encontrado, no reiríamos. El énfasis que Charlie Chaplin pone en el aspecto ceremonial –por muy mínimo que sea- del comer destaca más, en mi opinión, el carácter ridiculizante de la escena. El que alguien se sienta superior, como afirman los muchos partidarios que tiene esta teoría, no forma la base de lo cómico. ¿Por qué? La degradación de un ministro con una zanahoria en la cabeza no hace que me sienta superior a él, aunque yo no lleve sombrero habitualmente ni por supuesto lleve una zanahoria en la cabeza. Puedo alegrarme de verlo así, ridículo, pero no me siento repentinamente superior, como quería Hobbes. Lo que está claro para mí es que uno se ríe “de alguien” o “de algo relacionado con lo humano”. Reírse es reírse de. También, contra lo que piensa Freud y tantísimos teóricos, ese alguien objeto de la risa puedo ser yo. Si me doy un tropezón, me río de mí mismo. (Bueno, a menos que me vea quizá mucha gente o me duela el testarazo). De esto ya hablé antes, en Reírse de uno mismo. Lo cómico no buscado.

Pondré más ejemplos para verificar la inexcusabilidad de la conjunción de estos dos elementos en la producción de lo cómico: impropiedad y degradación.

El lector recordará probablemente el episodio, en la Segunda Parte del  Quijote, de los dos regidores de un pueblo que compitieron sobre quién rebuznaba mejor; buscaban rebuznando el asno de uno de ellos por el monte. Impropiedad: los hombres no rebuznan sino los burros. Degradación: del hombre como burro.

Otro ejemplo con burro. En la obra  Los buenos días perdidos, de Antonio Gala, Cleofás -sacristán y barbero-, da clases de latín. Un alumno traduce así una fábula de Fedro: “un burro, en un tímido prado, apacentaba a un viejo”. Impropiedad: lo primero que salta a la vista es que el viejo debe apacentar al burro, no al revés. Degradación: la del viejo rebajado a categoría de burro.

Un perro de pronto aparece dentro de una iglesia y se pone a correr. Risa de la gente. El caso ha sido expuesto más de una vez para explicar lo cómico y no me han gustado las explicaciones que se dan. Pero apliquemos mi teoría. Reímos porque hay impropiedad: la iglesia es para personas que van a rezar y a cumplir con sus devociones. No es para perros. Degradación: se ridiculiza el carácter sagrado de la iglesia. En realidad, no nos reímos del animal, sino de la iglesia y los que están allí –los que estamos allí-, puestos de pronto al nivel del perro. Y no digamos si el perro se hace pis a la vista de todos.

Si el perro salta a un campo de fútbol o a un ruedo taurino, y esto ha ocurrido y ocurre, los espectadores ríen. Impropiedad: obvia, no es propio lugar para perros, sino para futbolistas o toros y toreros. Degradación: menor que en la iglesia, por ser esta de más valoración social, pero se degrada un rito, se degrada una ceremonia lúdica, sus reglas. Se degrada, en suma, el fútbol y las corridas de toros. A Wenceslao Fernández Flórez se le ocurrió que en las corridas el toro debía ser sustituído por un gato. Él era enemigo mortal de las corridas. Buen instinto cómico el de don Wenceslao.  La gente suele reírse también si se tira al ruedo un espontáneo, por análogas razones. No se reirán si hay cornada.

En una boda, alguien se presenta de esmoquin y calzado con zapatillas. Impropiedad: hay que ponerse zapatos elegantes, no zapatillas. Degradación: se degrada la institución del matrimonio y su formalismo. Y al traje, por lo mismo.

Si una persona dice: “los madrileños son la gente más borracha del mundo, siempre están haciendo eses”, la impropiedad consiste en que esa persona transfiere de pronto la  “ese” de su  sonido a la “ese” como metáfora de pasos irregulares de borracho; es un caso de dilogía o equívoco. Y la degradación lo es de la forma de pronunciar de los madrileños. Desde luego que un madrileño no tiene por qué reírse; de lo relativo de los contextos hablaré muy pronto.

En La Asamblea de las mujeres, de Aristófanes, las mujeres se apoderan de la Asamblea Popular y cambian las leyes; habrá democracia y “comunismo”, todo será común. Uno de los nuevos decretos es que si un hombre joven desea a una mujer joven, primero tiene que fornicar con una vieja. Si no es así, las viejas podrán arrastrar al joven agarrándolo del pene. Impropiedad: que el joven tenga que  hacer el amor con una vieja. Degradación: de la juventud.

En un epigrama de Amiano de la Antología Griega (Amiano vivió en la época de Adriano en el siglo II d.C.), se dice que los esfuerzos de un hombre delgadísimo para sacarse una espina del pie fueron en vano, ya que cada vez que el alfiler se acercaba a su pie, el pie agujereaba “al” alfiler. Impropiedad: El alfiler debe ajugerear al pie, no al revés. Degradación: se ridiculiza la tremenda delgadez del tipo.

El hispanorromano Marcial es uno de los escritores con más chispa que ha dado la humanidad, y habrá varios testimonios en este libro. Su gracia en ocasiones no está recomendada a menores. En uno de sus epigramas se habla del sodomita Sabellus, que en el pasado vivió feliz pero que en el presente ha visto cómo le caen montones de desgracias: robos, muerte de esclavos suyos, incendios, etc. Y dice apesumbrado que ha tenido que fornicar a otro (“futuit”). La impropiedad consiste en que sea “mujer” y que fornique a otro. Y al mismo tiempo hay degradación, la del sodomita, también degradado al ser el macho y no la hembra.

En unos versos satíricos, Voltaire dice del crítico literario Jean Fréron –que tenía muchos enemigos- , que una serpiente le mordió y fue la serpiente la que reventó: “ce fut le serpent qui creva”. Impropiedad: la serpiente murió, no el mordido por ella. Degradación: del crítico “venenoso”.  Cierto parecido tiene este epigrama con otro de Ponce-Denis Écouchard-Lebrun; el siglo XVIII europeo se llenó de epigramas. El de Écouchard-Lebrun, especialista en este tipo de poemilla, va dirigido contra Jean-François La Harpe, crítico y autor de tragedias (y de poemas bastantes malos). Dice así, y procuro traducirlo sin traicionarlo:

No se parece, no, La Harpe a la serpiente;
que la serpiente silba y La Harpe es silbado.

Impropiedad: la de que La Harpe sea una serpiente; manifiesta irónicamente Écouchard-Lebrun que cómo se puede pensar tal cosa. Y en el segundo verso, la sorpresa, la afirmación de lo contrario de silbar, ser silbado. La degradación es del pobre La Harpe como autor de teatro frente a los silbidos del público.

En un dibujo de la familia “Circus”, muy popular en los Estados Unidos por su comicidad (y por su humor también), el hijo pequeño, al levantarse de la cama, dice: “Good morning, Lord!” La traducción española sería “¡Buenos días, Señor!” Pero la traducción  para algunos hispanoamericanos sería “¡Buen día, Señor!”, o para encajar más en el espíritu del chiste americano: “¡Buen día, Dios!”    El padre, sin embargo, al levantarse para irse a trabajar exclama: “Good Lord, morning!” Que viene a ser: “¡Buen Dios, ya de día!” Impropiedad: cambio que hace el padre respecto de lo corriente del saludo a Dios al levantarse de la cama. Degradación: del día como tiempo de trabajo, es decir, del trabajo, de la humana condición del trabajo.

Este ejemplo que ahora transcribo es de enorme comicidad. Woody Allen lo cuenta: “aquel tipo llevaba una bala en el bolsillo del pecho. Alguien le arrojó una Biblia y la bala le salvó la vida”. La impropiedad es absoluta oposición, se invierte la antigua historia que narra cómo el llevar una Biblia o una medalla con efigies del cristianismo ha salvado a una persona de la bala que lo iba a matar. En cuanto a la degradación, Woody Allen ha querido burlarse de la Biblia y por supuesto de los que creen en ella.

Y ¿qué decir de esos santos idealizados que provocan en muchas personas la risa? Yo tengo una Vida de santos sacada de la escrita por el Rvdo. Hugo Hoever, S.O. Cist., de 1993. Pues bien, los dibujos de los santos y las santas –todos- parecen de un concurso de belleza. San Juan de Dios se parece a Gregory Peck, la Magdalena a Julia Roberts, San Juan Bautista es John Lennon, el apóstol Santo Tomás, guapísimo, es Tom Cruise con barba y bigote. San Gerardo Majella es enteramente Paul Newman. Santa Dimfna tiene la cara de Raquel Welch. San Bonifacio recuerda a Tom Selleck, y Santa María Goretti a una muñequita Barbie. Santa Francisca Javier Cabrini, bellísima, ostenta unos ojos inmensos, a lo Dorothy Lamour. El apóstol San Andrés parece James Dean. San Juan Evangelista es mismamente Antonio Banderas.

Lo “impropio” consiste en que no eran así, o al menos la mayoría, si no resulta que la Iglesia católica tiene en sus santos a seguros ganadores de concursos de belleza. Quizá se podría pensar que solamente los guapos van al Paraíso. En cuanto a la “degradación”, la individualidad de cada uno se degrada al convertirse “en otro”. Es una forma de máscara o disfraz intencionalmente mejorador de lo oculto. Lo que quiero destacar en este momento es que muchas personas se ríen con estos santos guapísimos, católicas o no –se puede ser buen católico y reírse de tal desatino-, pero los que no se ríen son ciertos fanáticos religiosos, como no se ríen con esas estampas de Cristo que Cristo mismo arrojaría al fuego como un pecado de mentira. Cristo no era así, con esa cara de seductor de los años 20 o de los años 60, con pelo engominado o  políticamente enmarañado. Y este hecho nos pone en relación con un tema importante, el de la relatividad de la degradación frente a la dependencia del contexto.

Importancia del contexto

Para entender un chiste sobre Hitler, los que lo escuchan necesitan saber quién es. El vocabulario, los giros lexicalizados, difieren de una época a otra. Es un truco no infrecuente el de la parodia de lenguaje sin vigencia. No hay contextos “fijos”. ¿Cómo no va a pesar tantas veces la mayor o menor libertad y tolerancia de un hijo en su casa, la educación familiar en lo religioso, lo político, lo racial o lo cultural? Los padres pueden influir en los hijos con sus opiniones; en los hijos puede influir el hecho de que se divorcien los padres. Un divorcio haría en ocasiones fomentar el odio del hijo al matrimonio, en cuyo caso cualquier chiste degradando esa institución caería en terreno abonado.

Si un cojo ve a otro cojo, no se reirá de los movimientos de su cojera. Si un narigón se tropieza con otro, no se echará a reír. Se cuenta un chiste de mala suerte y con gato negro, y el supersticioso no reirá. Y si es sobre suegras, la suegra presente se quedará más seria que un poste de la luz.

Respecto a circunstancias, por ejemplo, geográficas o  climatológicas, muchos valoran más o menos ser del Norte y del Sur, el calor y el frío. Pertenecer a un pueblo, una ciudad o una nación  podría hacer cómica -o no- la degradación buscada. Si un “fundamentalista” de religión protestante ve a alguien desnudo por la calle, fumándose  un cigarro puro, no se ríe, llama a la policía. El desnudo para él es más pecado que prestar al veinte por ciento. Decía el médico francés renacentista Laurent Joubert que mostrar sin necesidad las partes sexuales o el trasero produce risa, y que nadie se ríe si se descubre el pecho o los brazos o los pies. Su explicación de la risa ante las partes sexuales o postreras es que “son feas”. No. Hoy no se cree por nadie o casi nadie que esas cosas sean feas, y por ello no causan risa. Puede producir comicidad, sin embargo, ver el pene de alguien y comprobar su extraordinaria pequeñez o su monumentalidad, y del trasero puede decirse algo parecido. De esto se hablará en la sección tipológica. Si a Joubert y a muchos como él se les había enseñado que el  sexo o el trasero era feos, dependientes de una larga tradición medieval, eso iba a cambiar con la consideración positiva, estética, del cuerpo humano, precisamente en el Renacimiento. A Miguel Ángel no le importa esculpir un gran crucifijo y Cristo está desnudo, su sexo bien evidente. El contexto moral/estético ha cambiado.

Los contextos cambian. En La escuela de las mujeres, de Molière, el nombre de “Arnolfo”, quien guarda celosamente a Agnes para casarse con ella, no nos dice nada especial. Pero al francés del siglo XVII (y desde la Edad Media) le decía muchísimo, ya que San Arnolfo era el patrón de los maridos cornudos.

Siguiendo con los cuernos. Me refiero ahora a la obra teatral lorquiana  Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín y al personaje don Perlimplín. Es inexperto sexualmente, virgen, tiene cincuenta años, mucho mayor que la hermosa y erótica Belisa, una ninfómana que lo engaña. La “impropiedad” radica en la diferencia de edad entre los dos y la diferencia de sexualidad. La “degradación” es del cornudo don Perlimplín. Pero si un día se está lo suficientemente educados para no burlarse de los cornudos (y muchos ya no se burlan), será muy diferente. No habrá comicidad. Nos han educado en esa consideración ridícula.

Cuando el hombre le pone los cuernos a la esposa, no es tan grande la burla que se hace de la esposa porque se considera a la mujer como inferior y por tanto no sufre tanto la dignidad; el  ridículo es mucho menor.

Respecto a los hombres disfrazados de mujeres, lo cómico se produce porque: es impropio, no es su sexo; y porque la degradación  se basa en algo heredado, se mira a la mujer y al “mariquita” negativamente. El homosexual está condenado, aunque por fortuna eso está cambiando. En el caso contrario, el de las mujeres disfrazadas de hombres, la gente no suele reírse. Esto, a simple vista, parece extraordinario. ¿Un hombre se viste de mujer, y reímos muchísimo? ¿Por qué no ante una mujer disfrazada de hombre? Páginas atrás, al hablar del ocultamiento, dejaba yo la explicación para este momento. La gente no se ríe porque lo masculino es superior –tal ha sido la norma durante siglos- y la mujer ganó en el cambio sexual, no perdió, como en el otro caso el hombre.  Me referí entonces a casos del teatro español. Recordemos ahora algunas obras de Shakespeare. En  La duodécima noche, Viola se disfraza de hombre, igual que Rosalinda en Como gustéis e Imogene en Cimbelino. Eso sí, Imogene se disfraza de hombre y no la conocen ni su padre ni su marido; tales cosas eran norma en el teatro. No, el espectador no se reía al contemplar a las muchachas convertidas en varones sólo porque se “trasladaran” de sexo. Se reiría por las consecuencias que eso origina. En  El mercader de Venecia, Porcia se viste de hombre, y de hombre importante, de “Doctor en leyes”. Porcia ha sido elevada a la categoría de abogado nada menos. Cuando, todavía en nuestros tiempos, se lee que una mujer ha sido astronauta o ha ganado el Premio Nóbel, la gente se admira muchísimo, y es porque ella misma se ha ennoblecido. Que se admita conscientemente o no, es accesorio.

Hemos heredado la consideración ridícula de muchas cosas. En uno de los epigramas de Marcial, un joven ama a una Tais, que sólo tiene un ojo. Marcial dice que si a ella le falta un ojo, a él le faltan dos. La impropiedad consiste en que a él no le faltan dos, es una manera de expresar su ceguera anímica. Y la degradación es la ridiculización de la mujer por contar con un solo ojo, y también la del muchacho por amar a una tuerta. Si un día desaparece la consideración “inferior” de los tuertos, ya no habrá comicidad.

Yo recuerdo una vez que estaba en casa de un profesor de latín, en Míchigan, Estados Unidos. Charlábamos. También estaban allí nuestras esposas. De pronto, al profesor se le escapó un pedo. La impropiedad consiste en que soltara el pedo con gente delante, eso se hace privadamente. La degradación, en que todo lo asociado con lo excremencial tiene guasa popular. Si llega el día en que lo excremencial no se considera ridículo, no existirá lo cómico de la situación. Se me podría objetar que entre amigos se practica a veces el deporte del pedo, pero entonces ya no existe nada “impropio”. Es algo que se puede esperar entre amigos alegres. No ocurre en un acto social.

Odio, antipatía, prejuicio. Resentimiento.

La gente se ríe del ridículo ajeno por tratarse de seres humanos. Pero esto pasa conscientemente o inconscientemente. Cuando se tiene antipatía o se odia, se llega a una comicidad amarga ejercida conscientemente; forma repelente de lo cómico, ataque al individuo o al grupo. Este contexto personal se tiene por razón de familia, educación o experiencias, son prejuicios adquiridos. Y se disfruta con la desgracia ajena.

Como final de esta parte, antes de pasar a la Tipología de lo cómico, quisiera dejar claramente establecidas las clases de las personas en cuanto a ser conscientes o no de la degradación.

l.- El que es consciente de la “impropiedad”, pero no de la “degradación”. Por ejemplo, la reacción al ver a un tipo altísimo. Se ríe de él, de su altura. Se da cuenta de ello. La degradación ocurre a causa de la humillación del cuerpo humano “normal” y este motivo es inconsciente para el que ríe.  La mayoría de las personas actúa así.

2.- El que es consciente de la  “impropiedad” y también de la “degradación”, que él desea por odio, antipatía, desprecio, venganza, etc. Por ejemplo, el que odia a los médicos, y ríe de un chiste de médicos. Hay bastantes personas en este caso. W.H. Auden opina que si se odia a alguien no se le encuentra cómico y por ello no hay historias cómicas sobre Hitler. No estoy de acuerdo. Sobre Hitler, Stalin y tantos otros tiranos siempre hubo chistes abundantes.

3.- El que es consciente de la “impropiedad” y no tiene conciencia de la “degradación” porque allí no hay nada degradante para él. Así, la persona que ha sido educada en el respeto, la consideración y la tolerancia hacia los otros, sea  por su familia, por instituciones religiosas o sociales, por influencias de amigos, o bien por sensibilidad, meditación propia, lecturas, etc. Esa  persona no reirá del que cae, ni del gordísimo, ni del homosexual. La Madre Teresa no se reiría de eso, y conste que no hay que llegar tan alto.  Los incluidos en este grupo no encuentran ridículas las “anormalidades” físicas (nariz grande) o fisiológicas (el pedo), ni  las anormalidades psíquicas (el loco) o morales (la prostituta). Los incluidos en este grupo están por encima de la parte variable de los contextos, de su presión y vigencia histórica. Como entre los griegos o romanos habría quien no soltara la carcajada cuando en el teatro le pegaban a los esclavos, un truco habitual para despertar la risa, porque sentían la injusticia de la esclavitud. O entre los españoles del siglo XVII, el que no se chungueaba de la pronunciación de los vascos. O de los andaluces, ayer y hoy.

Claro que estas personas del tercer grupo son pocas. Pero existen. Respetan, incluso aman al ser humano, no lo escarnecen. En lo cómico  se ridiculiza al ser humano, consciente o inconscientemente. Esto es un hecho. En la parte tipológica donde entraremos inmediatamente, se comprobará esa degradación, condición necesaria, lo repito, junto a la de la impropiedad, para que se produzca lo cómico, la risa. Las posibles razones de que se ridiculice siempre al ser humano me atreveré a exponerlas en la parte última de este libro, El porqué de lo cómico. Los hombres, al agredir con la comicidad a otros hombres, parecen tener un resentimiento contra el género humano. ¿Por qué? Ya digo, intentaré dar una explicación, una explicación atrevida pero espero que no desprovista de lógica…

Los bigotes de Mona Lisa. Teoría y práctica de lo cómico. Obras completas, vol. III, Ensayo y crítica, 2008.