El verano como prólogo

“Todo pasado es prólogo”, escribió Shakespeare. O sea, aviso y anticipación del presente. Estamos metidos en pleno verano, y a mí me gustaría decir que el prólogo del que deseo hablar no lo constituye el pasado sino el presente, este mismo verano, y prólogo de cosas importantes nada seductoras. Ojalá me equivoque.

Las señales están aquí. La economía, un desastre. El gobierno norteamericano declara gozoso que la recesión terminó en noviembre del año dos mil uno y que sólo duró ocho meses, pero hay más de nueve millones de desempleados en el país y cada semana la cifra aumenta en casi medio millón de personas; el déficit federal llegó a los quinientos mil millones de dólares –cuando Clinton dejó la presidencia había un superávit de más de doscientos mil millones-, y la guerra de Irak cuesta cuatro mil millones al mes. Con la actual rebaja de impuestos tan favorable a los ricos, el gobierno perderá trescientos mil millones más. Ni los culebrones televisivos imaginarían tal laberinto.

Como vivo en Georgia, miro a mi alrededor. Coca-Cola es una empresa georgiana importantísima, beben sus productos cada día en doscientos países mil millones de personas. Pues bien, sus acciones han bajado la tercera parte, hay despidos masivos de empleados, tuvieron que quitar del mercado bebidas nuevas sin éxito, y para colmo investigan a Coca-Cola por fraude. Otra compañía emblemática de Georgia, Delta, ha echado a más de mil pilotos y pide al resto que se recorte el sueldo mientras los ejecutivos se lo suben. Olé, de olemos huelga. Y una empresa de negocios energéticos, Mirant, debe tanto dinero que fue a la bancarrota, entrando en la humillante lista que encabezan nacionalmente World Com, Enron, Conseco y Global Crossing.

Aunque esto no puede, no debe seguir así, sigue. Consolémonos la gente de a pie con una exquisita noticia estival: los líderes de las ocho naciones más poderosas del mundo (según ellos), se reunirán el año que viene en la georgiana Sea Island para charlar de asuntos políticos y económicos. A la islita que Lucas Vázquez de Ayllón tomara para España en mil quinientos veintiséis, la disfrutaría siglos más tarde como lugar de luna de miel el padre del actual presidente de Estados Unidos; quizá el Bush de hoy la escogió por eso. Isla para ultrarricos, de difícil acceso, donde los ocho magníficos se defenderán mejor de los que quieran protestar. Luna de miel ahora distinta, con cencerrada y todo.

¿Y España? Tensos los ánimos, en espera de las elecciones del año que viene, el aire cada vez más raro, mediocridad progresiva de la cultura, la Liga de fútbol resentida por el conflicto entre pobres y sobrados, corrupción en trapicheos o cambalaches de alto nivel , y los partidos políticos cruzándose amenidades injuriosas. Las Comunidades Autónomas exigen más inversiones y competencias, al posible sucesor de Aznar le salen canas hasta en la posible calva, los gastos de vivienda se llevan el bocado gordo de lo que ganan los españoles, la juventud se desespera buscando trabajo estable, algunos catalanes quieren un nuevo Estatuto y en el País Vasco quieren despedazarse de España, adiós buenas. ¿No da tristeza que Aznar, tan presente en la reunión de los tres de las Azores, no figure en la de los ocho que nos disponen la vida?

Bajando a mi tierra, Sevilla. Se acabó lo del tabaco, ay, si Carmen volviera, y los turistas visitan menos la ciudad, necesitamos japoneses, y las columnas de la iglesia del Salvador padecen artritis grave y la piel de la Catedral llora la lepra de la contaminación, y Sevilla acompaña a sus hermanas andaluzas en la cola del nivel económico español, Señor, ¿quién vive con ocho mil y pico de euros al año? Y no es sólo de Andalucía la culpa. Encima, cómo daña el chancro de Gibraltar las partes pudendas de nuestra geografía.

Me acaban de informar de algo muy triste. Alguien ha prendido fuego a la Biblioteca de mi Universidad de Georgia, cuyos fondos están entre los más numerosos del mundo. Menos mal que acudieron a tiempo, pero se han perdido libros y documentos irreemplazables. No falla, lo primero que hacen los bárbaros es quemar aquello que piensan superior.  Me he acordado de un poema de Pierre Ronsard dedicado al verano, lo celebra como “príncipe del año” y “reluciente de llamas”. De acuerdo, príncipe del año, la estación que prefiero, símbolo de jerarquía, vida natural y fecundidad. Olor a mar y a sierra. Cuerpos resueltos, paraíso encontrado. Y verano reluciente de llamas, destructoras llamas que ya no son las del sol y empiezan a doler, bastante más que las del sol.

Ojalá me equivoque. Pero la tormenta está cerca, la veo desde mi jardín ahora mismo, y veo la firma colérica del rayo anunciarme el estallido del trueno.

Diario de Sevilla, 5 agosto 2003.