Conocer a Luis Cernuda

Conocí a Luis Cernuda a través de quienes fueron sus amigos o de alguna manera lo trataron. ¿Qué opinión tenían de él? A José María de Cossío, presidente entonces –años sesenta- del Ateneo de Madrid, lo visitaba yo en su despacho algunas noches, y a pesar de que hablar de literatura tan tarde, según me decía, le daba dolor de cabeza, charlaba y más charlaba conmigo, con el intermitente rito de liarse cigarrillos de tabaco negro que le llevaban de Gibraltar. Para él, los grandes poetas de la llamada Generación del 27 (o del 25 en opinión de Cernuda) eran Alberti, G.Diego, Lorca y Guillén. Cernuda le parecía antipatiquísimo, y sus compañeros de generación -añadía-  nunca lo consideraron como un poeta mayor sino muy de segunda fila. Aunque Cernuda le era desagradable, pienso que no tanto como Pablo Neruda, el “repulsivo” de su mayor fobia.

Guillermo de Torre, una tarde que tomé café con él y con Norah Borges, me hablaba del difícil carácter de Cernuda y de su reacción cuando Torre le publicó en Buenos Aires el libro Como quien espera el alba. Salió con erratas y Cernuda nunca perdonó al “majadero de Torre”. Para Cernuda, Dámaso Alonso era un “sapo”: tal se lee en Desolación de la Quimera, tras empequeñecerlo por falso poeta y por “profesor”. ¡Como si ser profesor continuo, y no a ratos como Cernuda, fuera una ignominia! Afirma que en sus escritos está la “vaciedad común”. Aún le escocía a Cernuda que no se hubiera ocupado de su obra en los estudios sobre poetas contemporáneos españoles. Años después de esos insultos, me contaba Dámaso Alonso que Cernuda era, en efecto, persona rarísima, inaguantable, pero un gran poeta.

Algunas opiniones más. Jorge Guillén me recordaba las numerosas peticiones de apoyo por parte de Cernuda en Estados Unidos, a pesar de la imagen de independencia desdeñosa del sevillano. Académicamente, como “profesor”, Cernuda no podía compararse con Guillén, un peso pesado en la enseñanza de lo español. Vicente Aleixandre me habló numerosas veces de Cernuda. Se conocieron en 1928 y fueron bastante amigos. Los dos se presentaron al “Concurso Nacional de Poesía” de 1933 –entonces para obras  inéditas-, que ganaría Aleixandre con La destrucción o el amor. Se presentaron también M. Altolaguirre, J.A. Muñoz Rojas y A. del Valle entre otros. Me contaba Aleixandre algo gracioso. Cernuda no le había dicho que optaba al premio, aunque sí al presidente del jurado, el sevillano Manuel Machado, y cuando Aleixandre le reprochó que se tuviera que enterar por un empleado, Cernuda le dijo: “Pero Vicente, ¿a quién vas a creer, a él o a mí?” Cernuda seguiría ocupándose cordialmente de Aleixandre desde el exilio, y Aleixandre aún le dedicaría un retrato en Los encuentros (1958). Después, adiós. Cernuda le devuelve el tomo de Poesías completas que publica Aleixandre en 1960, y en Desolación de la Quimera le lanzará sus dardos. Nunca oí hablar mal a Aleixandre del poeta Cernuda, aunque me rebajó su importancia. En cuanto a su porte distinguido y otras cosas que no quiero mencionar aquí, se permitía ciertas bromas. En Los encuentros describe la rarísima forma de dar la mano que tenía Cernuda: “Un cierto impulso separador de la mano, que al estrecharos la vuestra la alzaba y levísimamente la retrasaba”. Lo de la mano me lo comentaba en Madrid un compañero de trabajo de Cernuda en la Librería Sánchez Cuesta: me aseguraba además que no trató nunca persona más antipática.

El gesto de la mano también me lo contó Joaquín Romero Murube, que admiraba mucho a Cernuda. Como me contó la negativa del otro a entrar en alguna taberna sevillana porque le daba asco; Romero Murube y los otros amigos entraban y se pasaban el tiempo allí por una razón fundamental: había una muchacha preciosa ayudando al dueño. Me decía Romero Murube: “Luis nos echaba en cara la suciedad, y prefería esperarnos en la puerta, cuando en la calle existía mayor suciedad. ¿Cómo aguantaba la cercanía de los excrementos de caballos y burros?”  En Sevilla también me habló de Cernuda Miguel Romero Martínez, quien le hizo leer a Leopardi. Romero Martínez había traducido al gran poeta italiano. Cernuda se refiere a sus lecturas leopardianas durante el asedio de Madrid en el invierno primero de la guerra, pero lo había leído mucho antes. ¿Por qué habría de mentirme Romero Martínez?

No sigo con más referencias personales. El mismo Cernuda era consciente de su carácter: “Conozco mi reputación como persona difícil y complicada”. Para conocer a Cernuda de verdad hay que ir a lo que él escribió, no a lo que sobre él dijeron, y lo primero que salta a la vista es su extraordinaria sinceridad, el no ser “políticamente correcto” como se dice ahora.  En sus textos sobre poesía y literatura, de los que junto con los dedicados a la poesía inglesa “renegaría” más tarde, hay juicios sorprendentes y hasta caprichosos. De Rosalía de Castro dice que tiene poca afinidad con la mejor poesía de hoy y que no es una escritora clásica. De Unamuno, que era el mejor poeta de España en lo que iba de siglo. De Juan Ramón Jiménez, tan querido al principio y luego “criatura ruin”, que su poesía no tiene pensamiento y  es una reliquia de época. De Miguel Hernández, que carecía de los dones que hacen al artista. A Rubén Darío le profesaba una manía especial. La relectura de Darío le “aburre” y “enoja”, aunque eso sí, concederá desde su olimpo que era un “escritor excelente, no obstante sus defectos”. Y la frase famosa, por lo desmentida con hechos: “¿Se imaginaría hoy a un poeta joven aprendiendo su menester en la obra de Darío?” La poesía modernista, para Cernuda, es “introspectiva, femenina”. ¿Cómo es posible que dijera tal cosa, continuando la viejísima, fosilizada división entre cualidades masculinas y femeninas, que el más consciente feminismo contemporáneo ha vuelto obsoleta? Cernuda rechaza, asimismo, la poesía popular, ya que la poesía exige “singularidad”. De Cervantes dice que es uno de nuestros poetas más altos; luego rectificaría afirmando que es sobre todo poeta en prosa. De Aleixandre destaca su imprecisión, “lo inseguro de su ritmo”. Las alabanzas a Lorca terminan en desdén, no se fía mucho de su poesía ni de su gloria. No hay que extrañarse de las paradojas de Cernuda, criatura eminentemente paradójica. Valiente sí que lo era: en un artículo publicado en el mismísimo Montevideo sobre el uruguayo Julio Herrera y Reissig, lo rebaja y ridiculiza. Y desprecia lo que se escribía durante la posguerra en España (“ahí”, “allí”, “mi dichosa tierra”) confundiendo metonímicamente el régimen político con los gobernados, defecto de tantos y tantos. Según eso, en la época dictatorial de los Austria no habría nada de valor en la cultura española.

Al lado de estas y más sinceridades chocantes de Cernuda, leemos otras de crítico fino y alerta. Por ejemplo, la poca entidad del romanticismo español, la revalorización de Andrada y Aldana,  la presencia andaluza en la obra de Bécquer y Antonio Machado, la adaptación a las exigencias sociales  de Pedro Salinas y Jorge Guillén, la personalísima identificación de Galdós con la realidad “física” de España, la “admirable producción dramática” de Valle-Inclán, y algo que muestra una muy penetrante visión del futuro, la falta de argumento central en la obra de los hermanos Álvarez Quintero, cosa que les repochaba Juan Valera. Esto de la falta de un argumento central es propio de la real novela europea y americana de nuestro tiempo, aunque en España  escasos autores se han enterado, y no digamos lectores.  Cernuda tenía, además, gran admiración por Teócrito, Virgilio, Goethe, Hölderlin, Nerval, Baudelaire, Mallarmé, Rimbaud, Lautréamont, Rilke, Yeats, Eliot, Gide, Cavafis, Reverdy, o los poetas ingleses románticos y victorianos.

¿Y que era Cernuda sino un romántico? Rebelde. Revolucionario. Pero no al estilo de un Byron o un Espronceda, sino rebelde “pasivo”. Cernuda no era un poeta de acción, su ensimismada soledad se lo prohibió, padecía del heroísmo de la soledad. Esta actitud del poeta como héroe se remonta al romanticismo y pasa condicionándolo por todo el siglo diecinueve hasta llegar al simbolismo y al modernismo, odiado modernismo para Cernuda. Condena a la sociedad y lo paga muy caro. Toda su vida anduvo Cernuda con problemas de inadaptación, le faltó dinero, se frustró buscando un trabajo digno y buscando editar sus libros. No se fió de nadie. Su grandeza moral (sí, grandeza) se basa en que fue auténtico consigo mismo y no transigió en su amor a la poesía y la belleza. No renunció a ser él ni como poeta ni como amador de los cuerpos jóvenes hermosos, en los cuales transgredía (ay, por poco tiempo) el sentimiento doloroso de su buscada soledad. ¿Cómo no iba a ser absolutamente novedosa la seducción que ejercía y ejerce Cernuda sobre los lectores, cómo no impactar la excepcionalidad jerárquica de su adoración de la hermosura? En nuestra poesía no tiene precedente.

Y ahora quisiera decir algo que podría parecer extraño. Cernuda fue, y en ello cuánta pena, “afortunado” viviendo en el exilio. Su obra mejor la escribe fuera de España, sin trabas. Si hubiese permanecido en la España de posguerra nunca se le hubiera dejado publicar mucho de lo que escribió, y que es lo que mejor define a Cernuda: su sometimiento a la belleza, su libertad en el entusiasmo por el sexo (él confiesa que todo lo ve a través del sexo), su deslumbramiento ante los cuerpos juveniles aparecidos como una epifanía. No, nada en Epaña antes, nadie como esto, salvo los tópicos poemas de “carpe diem” (goza, que ya vendrá la muerte), y si a ello se añade la homosexualidad tan proclamada, nos encontramos ante un poeta que inicia otra tradición en España. Ahora es fácil describir en términos homosexuales claramente, sin eufemismos, la hermosura gloriosa de los cuerpos.

Grandeza moral, la de Cernuda. Y dentro de esa grandeza moral entra la del lenguaje. Se está conmemorando por todo lo alto el centenario de Cernuda, pero (juzgo por las noticias que me llegan, siempre incompletas, algunas maliciosas) parece que no se habla sobre su lenguaje poético. ¿Habrá que recordar que se trata de un poeta? Porque si su lenguaje fuera mediocre o irrelevante ¿para qué seguir? La poesía de Cernuda es de una elegancia excepcional, hecha de concisión, de equilibrio fónico y fonético, de fluidez, de muy sabias aliteraciones, en el caso vocálico de extrema delicadeza en la distribución rítmica. Esta música del verso no sonaba así desde Garcilaso y algunos clásicos sevillanos. Cuando Cernuda se refiere a los sonetos de Rioja, Medrano y Arguijo dice que son “bellísimos”, de “intensa hermosura y delicada gracia”, tocados de “juventud perenne y seducción propia”. En los poetas sevillanos de aquella época, comprobará “un contenido ardor y una sobria elegancia”. ¿No pensamos que se refiere a él mismo? Hermosura, juventud perenne, seducción. De los cuerpos y de los poemas. El que se sintió poseído por el encanto de la poesía de Cernuda es porque inseparablemente probó el veneno de su palabra.

Se le ha reprochado a Cernuda su falta de metafísica. ¿Son sus versos ejemplo de grandeza moral nada más (nada menos), no hay en ellos alcance metafísico? En Historial de un libro (1958) Cernuda, a la vuelta ya de casi todo, dirá con brutal franqueza que en algunos de sus versos quiso engañarse “con nociones halagüeñas de inmortalidad, en una forma u otra; es difícil ser siempre fiel a nuestras convicciones, por hondas que sean”. Y se confiesa “materialista”; de acuerdo con la división de Coleridge, aristotélico y no platónico. ¡Cernuda, aristotélico! ¿Sabía claramente lo que decía?  Materialista es la poesía de Aleixandre, pero ¿la de Cernuda? En el poema “La familia” dice él irónicamente que sus padres lo proveyeron “con Dios y con moral”. Esa moral hipócrita española sería rechazada por él, y surgiría otra, la de su autenticidad, la consagración a su obra y su manera de “ser”, no de “estar”, tan contingente. En cuanto a Dios, no desea tampoco el fúnebre Dios a manera de amo terrible. En Poesía y literatura señala el carácter “divino” de la poesía. En Ocnos se declara partidario de los mitos helénicos, que enseñan a adorar la hermosura y lo orientaron hacia la poesía; sentía la nostalgia de una perdida armonía  entre el cuerpo y el espíritu. Grecia nunca tocó -dirá Cernuda- la mente ni el corazón de España. A propósito de Hölderlin lamentará que en la poesía española los mitos griegos no pasaron de decoración; mitos que para él expresan el conflicto de naturaleza contra sociedad. Confiesa él que no es muy entendido en Grecia. Algo entendido sí, pues el platonismo resulta evidente en algunos de sus poemas. Por ejemplo, en “A un poeta muerto”, de Las nubes, dedicado a Lorca, menciona el “ansia divina”, que advierte “de alguna mente creadora inmensa, / que concibe al poeta cual lengua de su gloria / y luego le consuela a través de la muerte”.  En “La visita de Dios”, también del libro Las nubes, le dice a Dios: “Mi sed eras tú”. ¿Y qué más platónico que estos versos del mismo poema?: “La hermosura, la verdad, la justicia, cuyo afán imposible / tú sólo eras capaz de infundir en nosotros.” En “Palabras antes de una lectura” se refiere a la vislumbre que se alcanza y prueba gracias a la poesía, vislumbre de la “idea divina” subyacente, según Fichte, en la apariencia. Posiciones contrarias hay en  Como quien espera el alba  –Cernuda, el tenaz  paradójico-. Así, en el poema “Hacia la tierra” no admite más paraísos o infiernos que aquí abajo, y en “Las ruinas”, donde le recrimina a Dios la muerte y el que le diera “la sed de eternidad, que hace al poeta”, y decide que Dios no existe, hay que dejar de “perseguir eternos dioses sordos”. Pero el primer poema de Como quien espera el alba, titulado “El águila”, extraordinario poema, es tan platónico que no se entiende cómo pudo decir Cernuda lo del aristotelismo. Zeus, transformado en águila, rapta a Ganimedes, para eternizar la belleza y la juventud del muchacho. La hermosura, “forma carnal de una celeste idea”, no está hecha para morir. Cuando Cernuda, en algún texto suyo en prosa, habla de que los griegos no creían en el otro mundo, se equivoca. ¿Por qué, entonces, los Misterios órficos, dionisiacos y eleusinos?

Otra cosa que he leído durante este año conmemorativo de Cernuda es su no españolidad, andalucidad ni sevillanidad. Antes he señalado lecturas españolas que lo enmarcan en una tradición; en 1948 escribiría que “hizo suya” esa tradición descubierta en Góngora, Manrique, Garcilaso, Fray Luis de León, Quevedo y otros. Nunca dejó de ser español, en su tierra o fuera de ella. Contra ella. Escribió aquello de que era “un español sin ganas”, viviendo lejos de su tierra “sin pesar ni nostalgia”, pero no hay que olvidar que el mayor resentimiento se lo produce la España de posguerra, la intolerante, no otras Españas como la de los libros de Galdós. Los Caínes de siempre –dirá en el poema “Un español habla de su tierra”- lo arrancaron de esta. ¿Que cree imaginar una España que no existe? Lo mismo hubiera ocurrido si nacido en otra tierra. Pero él no cambió verdaderamente de tierra pues eso “no es posible a quien su lengua une, / hasta la muerte, al menester de poesía”. Dice tajantemente que es español porque escribe en español y porque él da voz a los que ya no pueden hablar. Nadie escoge tierra, tradición ni lengua, y “él las sirve”. Más atrás me referí a la novedad de la postura moral de Cernuda, su calidad de rebelde que vivió para la hermosura. ¿Por eso no va a ser español? Novedad fue la poesía de Garcilaso y ¿lo llaman italiano? ¿No era Góngora español, el Góngora que borra la rutina de nuestra poesía? ¿Alguien piensa en Bécquer como alemán por la influencia de Heine? Juan Ramón Jiménez trae el verso libre a España, ¿no es español? Aleixandre, el versículo. ¿Tampoco?

Lo de que Cernuda no sea andaluz no se sostiene. Si nació en Andalucía ¿cómo no va a serlo? Se refieren, claro, a que en él no se verifican las características de lo “andaluz”. Yo no creo, desde luego, en una poesía con adjetivos, pero sí en que de algún modo lo “hasta ahora” escrito por andaluces puede conformar una tradición. Lo importante, en este momento, es saber si Cernuda se consideraba andaluz o no. No toleraba las “modas chillonas” de Andalucía, pero –esto lo dice en 1931- llevaba a su tierra dentro como “un sueño”. Diez años después escribe “El andaluz”, que se publicaría en Como quien espera el alba. El poema se dirige a un hipotético “tú”, un hermano suyo: por supuesto, él mismo también. En sus versos nota que el andaluz es contradictorio, paradójico, hecho de sombra y luz, fuego y nieve, odio y amor, soledad entre los otros: “va entre gente solo”. El enigma que es el andaluz sólo lo puede comprender –añadirá Cernuda con hiperbólico arranque- el Dios que lo creó. Unos diez años después, a principios de los 50, escribe en Estados Unidos el poema “Palabra amada” (formaría parte del libro Con las horas contadas) y declara que la palabra que más de todas le gusta es “andaluz”. En este libro hay poemas en tercetos que recuerdan la soleá y uno se titula significativamente “Soledades”. En otro, “Viviendo sueños”, una de las estrofas ¿no puede ser cantada?: ”Miro y busco por la tierra: / nada hay en ella que valga / lo que tu sola presencia”.  El amor y la admiración de Cernuda por Andalucía se basa en la clave de su belleza. Cuando escribe el ensayo sobre los Álvarez Quintero, recuerda “la hermosura de la tierra andaluza”. Ya sabemos lo que vale la hermosura para él. Todo.

¿Y sevillano, es Cernuda sevillano? Quiero decir, ¿representa mucho Sevilla para Cernuda? Sus poetas nativos, como señalé antes, significaron mucho. No ocultó su asco por la Sevilla cerrada y vulgar que despreciaba (y lo despreciaba a él), pero hay algo más. Leer Ocnos es entrar en la mejor Sevilla. El “radiante” cielo de Sevilla nunca lo encontraría en ningún sitio, el gozo de su aire no sería superado después ni por los gozos “de la inteligencia” o “del sexo”.¡Nada menos! Ocnos es Cernuda y Sevilla a la vez, y es la “música callada” de su poesía. ¡Y pensar que un hispanista como el profesor Gustavo Correa, en una antología de poesía española, hacía nacer a Cernuda en Málaga y nos comunicaba tan erudito que la ciudad de Ocnos es Málaga! Cernuda no quería volver a una ciudad, la suya, que se creía “el ombligo del mundo”, y cabe preguntarse si se lo cree todavía. Pero volvió a ella en sus textos. Siempre, siempre el aire y la luz de Sevilla, donde no hay “orgías de color”. La luz -dice en “Aire de La Habana” (1953)-, “hace de Sevilla lo que quiere”. No olvidará los atardeceres de Sevilla junto al río, tampoco el olor del azahar (“¿hubo algo más?»). Sevilla fue su Edad de Oro y su enamoramiento primero. Toda la emoción de su recuerdo se expresa en el poema “Tierra nativa”, de Como quien espera el alba:  “Tu sueño y tu recuerdo, ¿quién lo olvida, / tierra nativa, más mía cuanto más lejana?”  Por favor, si Cernuda no tiene nada de español, andaluz o sevillano, como se está pregonando, ¿para qué demonios las abundantes celebraciones?

¿Qué hubiera dicho Cernuda de todos estos actos organizados en España sobre él? Muy probablemente, hubiera escrito un poema contra ellos. Es lo que hizo cuando conmemoraron en Inglaterra a Verlaine y Rimbaud con una lápida en la calle donde vivieron. Porque la sociedad de la época de Cernuda no ha cambiado demasiado en la nuestra; si acaso hemos ido a peor. Los poetas continúan siendo unos marginados.

Cernuda nació en el mes de septiembre, y septiembre es mes emblemático de su libertad e ilusión. En septiembre escribió sus primeros versos. En septiembre se licenció en Derecho, rompiendo cadenas -los estudios- de juvenil servidumbre. En septiembre conoció a Juan Ramón Jiménez en el Alcázar, “el maestro considerado como algo divino”. En septiembre se escapó, harto, de Sevilla. En septiembre regresó de París a una necesitada España en guerra. En septiembre se marchó de Inglaterra a Estados Unidos. Hay más septiembres, pero baste con estos tan decisivos en su vida, simbólicos del carácter viajero, en lo físico y lo espiritual, del gran poeta. El Cernuda que pensó una vez en ser secretario de ayuntamiento (no tengo nada contra los secretarios de ayuntamiento) ha volado muy alto, como el águila de su poema. Se ha convertido en una referencia esencial de la poesía en español. Si los homenajes de este septiembre de 2002 sirven para que haya más lectores, más conocedores de la obra de Cernuda, bienvenidos tales homenajes. Pero que sean lectores duraderos, cuando de tanto merecido festejo no quede sino una débil memoria.

Diario de Sevilla, “Luis Cernuda, 100 años”, 21 septiembre 2002. Y en Obras completas III. Ensayo y Crítica I, Sevilla, RD Editores, 2008.